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Teorías para la Revolución Urbana (2)

MEDIR LA NUEVA REVOLUCIÓN URBANA DE LA PLANIFICACIÓN AL MANAGEMENT ESTRATÉGICO URBANO por FRANÇOIS ASCHER

Paris_Georges-Eugène Haussmann

Conocemos una verdadera nueva revolución urbana, probablemente tan importante como la que acompañó a la revolución industrial. Nuevamente, en nuestros días, la sociedad se apropia de los progresos de los medios de transporte y de comunicación para rechazar los límites que pesan sobre la evolución de las ciudades, de la vida urbana y de las actividades económicas. Los cambios en esa área son particularmente rápidos, ya se trate del crecimiento del porcentaje de equipamiento de las familias en lo que respecta a automóviles, del aumento de la velocidad promedio y de la distancia de los desplazamientos urbanos, de la difusión acelerada de computadoras, fax, contestadores automáticos, teléfonos celulares, Internet, transporte aéreo. Todas esas herramientas ocupan un lugar cada vez mayor en la vida profesional; están también cada vez más presentes en la vida fuera del trabajo, al lado de objetos nuevos como el videograbador, el freezer, el horno microhondas y participan activamente en el cambio profundo de lo cotidiano.

La metropolización y las metápolis

Fue necesario el desarrollo de esos instrumentos a causa de la evolución de las ciudades; a su vez, ellos modifican en profundidad los territorios y las prácticas urbanas. La vida de los habitantes de las ciudades está, así, marcada por un doble proceso: por una parte, se depende cada vez más de sistemas y redes colectivas; por otra, la personalización de los equipamientos y la individualización de los medios de consumo otorgan a los individuos una autonomía cada vez mayor. Los espacios-tiempos de los habitantes de las ciudades están, de esa manera, cada vez más diversificados, cambiantes y globalmente desincronizados. Asimismo, hoy en día, dichos habitantes recorren distancias cada vez más largas para trabajar, abastecerse, divertirse. Sin embargo, la vida de barrio no desaparece sino que no reviste ya la misma importancia, sobre todo porque cada vez más raramente, los vecinos son parientes, colegas, amigos de la infancia. Todas estas transformaciones están ya ocurriendo sin que necesariamente se las evalúe en su correcta dimensión o que se aprecie todas sus implicaciones. Sin embargo, participan de una verdadera revolución urbana en la medida en que modifican la naturaleza misma de la relación de la sociedad con sus territorios y con los marcos espaciotemporales de lo social, económico, cultural y político.

La noción de “metropolización” se impuso en los últimos años como una noción clave para dar cuenta de esa evolución, en los territorios urbanos de los países económicamente avanzados. Las definiciones precisas varían de un autor a otro, pero todos concuerdan en considerar que las aglomeraciones urbanas más importantes tienden a concentrar, de manera creciente, las riquezas humanas y materiales. La metropolización es la forma contemporánea de un proceso ya antiguo de concentración urbana que persiste en Europa desde hace siglos. Progresivamente, la urbanización vació el campo y las aldeas de sus poblaciones; desde hace algunas décadas, reduce el peso de las ciudades pequeñas y medianas en tanto sistemas locales territorializados.

Una misma dinámica estructural

Si la metropolización toma formas variadas según los países, la antigüedad de su urbanización, las densidades urbanas, las culturas, las políticas territoriales, por todas partes tiende a constituir nuevos conjuntos territoriales, más vastos y más poblados que constituyen la nueva escala de las prácticas cotidianas o frecuentes de los habitantes y de las empresas.

En efecto, los habitantes de esas zonas urbanas viven y funcionan cada vez menos según la escala de un barrio o de una ciudad y más a partir de la escala de un vasto territorio, que recorren de variadas y cambiantes maneras, por toda clase de motivos profesionales y no profesionales. Los territorios urbanos que se constituyen son más o menos poblados, densos, polarizados. Pero, en todas partes, presentan características idénticas: las áreas metropolizadas dilatan las aglomeraciones antiguas y se extienden a varias decenas de kilómetros de las grandes ciudades que les dieron origen; las densidades urbanas globales disminuyen, pero las zonas periurbanas se densifican; el tejido urbano ya no es continuo sino fragmentado, las zonas construidas están dispersas, a veces entrecortadas por zonas rurales; los límites entre ciudades y campo se borran, se constituyen polarizaciones periféricas nuevas que disminuyen el peso del sistema radio concéntrico bastante característico de las ciudades europeas antiguas. En los países más densamente habitados se forman conurbanos policéntricos muy vastos. La metropolización no es pues, un simple fenómeno de crecimiento de las grandes aglomeraciones. Es un proceso que hace entrar, dentro el área de funcionamiento cotidiano de esas grandes aglomeraciones, a ciudades y pueblos cada vez más alejados y que engendra así morfologías urbanas de un nuevo tipo, que hemos calificado como “metápolis”. De hecho, las metápolis conocen un doble crecimiento: “interno” por extensión de la zona clásicamente urbanizada, “externo” por absorción de periferias más y más alejadas, sobre todo gracias al mejor desempeño de los medios de transporte y de telecomunicaciones. A estas características físicas se agregan caracteres sociales.

Las “ciudades centros” de esas zonas metropolitanas manifiestan una tendencia a perder habitantes y empleos; pero, en la mayoría de los países, concentran empleos cada vez más calificados, las actividades llamadas estratégicas, y habitantes cada vez más ricos, atrayendo sobre todo a diversas capas sociales: media y media superior.

Ese aburguesamiento (llamado "gentrification" por los angloamericanos o "City-Druck" en alemán) se ve a veces interrumpido por el enquistamiento de poblaciones muy pobres en algunas zonas centrales. Sin embargo, ese fenómeno no toma generalmente las proporciones de las inner cities norteamericanas, devoradas por los ghettos de las diversas minorías.

En efecto, en Europa los centros de las ciudades concervaron tanto un fuerte valor funcional cuanto simbólico, aún en ciudades relativamente pequeñas.
Las primeras coronas de las grandes ciudades, urbanizadas de manera casi continua, ven que sus poblaciones y empleos no crecen sino lentamente. Sin embargo, se transforman. El tejido urbano se densifica: se construyen los “dientes cariados”, los empleos se reagrupan a lo largo de las autopistas de circunvalación y periféricas, de las autopistas que llegan al centro de la ciudad y de los corredores de autopistas. En el límite externo de esas zonas se constituyen nuevas polarizaciones, comerciales y de servicios. En algunos países, grandes barrios de vivienda social concentran igualmente poblaciones que tienen, durante largo tiempo, una alta tasa de desempleo. Las segundas coronas, las ciudades y los pueblos alejados pero integrados en las dinámicas metropolitanas, crecen de manera casi general: esas zonas reciben, en proporciones variables según los países, grupos sociales y empleos poco o medianamente calificados. Se constituyen igualmente nuevos tipos de lugares y de especializaciones espaciales a escala metropolitana, puntuando y polarizando el territorio urbano de una nueva manera: las tecnópolis que reagrupan actividades que utilizan tecnologías avanzadas, las plataformas logísticas constituidas a partir de nudos de interconexión, los diferentes medios de transportes que sirven de soporte a las nuevas formas de aprovisionamiento y distribución, corredores de actividades que aprovechan vías rápidas de comunicación entre centros urbanos, Aero ciudades que reúnen, próximas a los aeropuertos, actividades que utilizan muy intensamente los transportes aéreos, parques temáticos que producen a gran escala entretenimientos para las poblaciones metropolitanas, centros comerciales periféricos integrados que reúnen en decenas, incluso centenas de miles de metros cuadrados, todas las gamas del comercio y de servicios.

El peso determinante de la economía sobre las transformaciones urbanas.

La acumulación del capital, la ampliación de los mercados y la división técnica y social del trabajo continúan en la actualidad y hacen que las reagrupamientos urbanos, cada vez más importantes, sean necesarios y posibles. Así, es en las zonas metropolitanas que las empresas encuentran el mercado del empleo cada vez más diversificado que necesitan, las sociedades de servicios especializados a las que tienen que recurrir, los subcontratistas cuya proximidad se hace cada vez más indispensable para la organización industrial contemporánea y en particular para el "justo a tiempo", los contactos con medios profesionales y sociales variados, necesarios tanto para conocimiento de los mercados como para la innovación. Los nuevos métodos de organización, los transportes rápidos, las telecomunicaciones permiten a las empresas trasladar fácilmente una parte de sus actividades, lejos de las grandes aglomeraciones de los países avanzados, mas eso sólo concierne a sus tareas menos calificadas, a las más repetitivas, aquellas en las que el bajo costo del trabajo prima sobre la calificación y sobre la proximidad de los servicios con alto valor agregado. En cambio, ese proceso de internacionalización, de traslados y de organización económica en una escala casi continental, llamado también “globalización”, hace aún más determinante para el desarrollo económico urbano, la presencia de infraestructuras de transportes y telecomunicaciones considerables que sólo las ciudades más importantes pueden tener. Dinámica económica y dinámica social forman sistema, se confortan mutuamente en un proceso de metropolización animado por los grupos socioeconómicos dominantes.

El fin de la oposición ciudad-campo y el nuevo dualismo territorial-metropolitano.

La metropolización no afecta sólo a las grandes aglomeraciones, las ciudades y los pueblos que son absorbidos en sus áreas de funcionamiento, las poblaciones que viven y trabajan allí. Es un proceso de transformación del conjunto de los territorios de los países avanzados que modifica las relaciones entre las ciudades, entre las ciudades y el campo, entre las diferentes zonas rurales. En primer lugar, las diferencias territoriales y sociales entre las ciudades y el campo tienden a borrarse.

El armazón urbano antiguo, relativamente jerarquizado, deja progresivamente el lugar a un sistema territorial dual constituido, por una parte, por conjuntos metropolitanos muy vastos que integran en su zona de funcionamiento a las pequeñas y medianas ciudades, por otra parte, pequeñas y medianas ciudades sin lazos directos con los mercados o los flujos internacionales. El sistema urbano tiende así a recomponerse sobre la base de una distinción, incluso de una oposición entre zonas urbanas metropolizadas, o en vías de metropolización, y zonas urbanas no metropolizadas o no metropolizables.

Los espacios rurales y la agricultura conocen una recomposición del mismo tipo que los espacios urbanos. Las regiones pierden sus funciones de hinterland. A lo sumo constituyen el área de expansión y de distracción de las grandes aglomeraciones urbanas. La mayoría de las grandes metrópolis tienden, así, a tener más relaciones económicas con ciudades alejadas que con la parte no metropolizada de la región que las rodea.

La distinción entre ciudades y zonas rurales se hace menos pertinente que la división entre zonas bajo influencia metropolitana y zonas fuera de esta influencia. Se percibe cada vez menos al campo como el espacio de producción agrícola. La vida en el pueblo, rechazada antaño por su estrechez y sus limitaciones, recupera a menudo, en las representaciones urbanas, los valores de confort y de libertad que antes eran atribuidos a las ciudades. Una parte de ese campo, aquella que ha sido la menos transformada por la gran producción agrícola, se transforma en un paisaje, incluso en un bien público, un elemento patrimonial que hay que preservar.

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De la "desinserción" territorial de la economía a su doble integración local y mundial

La metropolización constituye también una modificación profunda de las formas de territorialización de la economía. La inserción de las empresas en sistemas y redes cada vez más internacionalizadas modifica, en efecto, sus relaciones con los territorios cercanos: sin duda, dichas empresas buscan allí mercados de empleo, infraestructuras y equipamientos, socios, etc., pero sus rendimientos dependen también, cada vez más, de la calidad de los sistemas y redes extralocales a las que pertenecen. Se utiliza a veces la poco elegante fórmula de “glocalización” para expresar ese doble movimiento que inscribe a las empresas, y en parte a aquellos que trabajan en ella, en redes globales y en territorios locales simultáneamente. La cuestión de la integración de la economía (embededness) en la sociedad y en el territorio proliferó desde los trabajos de Karl Polanyi y de Mark Granovetter. El sociólogo inglés Anthony Giddens habla de "deslocalización" para expresar la sustracción de las relaciones sociales de los contextos locales de interacción, y luego de su estructuración en campos espacio-temporales, según él, indefinidos. Lo local no desaparece entonces, pero su peso relativo disminuye y las calidades exigidas cambian. Las relaciones de las empresas con lo local se transforman: ya no están más atraídas por la proximidad de los recursos naturales sino por la de los mercados, por la presencia de infraestructuras de transportes, por la existencia de una fuerza de trabajo calificada. Esos factores, que se encuentran en mayor o menor medida en todas las grandes aglomeraciones urbanas, ya no implican un enraizamiento de la empresa como antaño, sino a lo sumo un anclaje, es decir un fondeo temporario. Desgraciadamente para las ciudades, es cada vez más fácil para las empresas levar anclas e irse allí a donde las condiciones se presentan momentáneamente más propicias. De hecho, es aún la inmovilidad relativa de los trabajadores calificados lo que frena sobre todo la movilidad del capital.

Lo local no se transforma entonces en algo desdeñable sino más superficial. Se asiste así a un desarrollo metropolitano paradójico, en donde la ciudad tiene un papel creciente por sus poblaciones, formas, infraestructuras y en donde, al mismo tiempo, los territorios de la economía se emancipan cada vez más de las ataduras y de las estructuras urbanas. Es lo que los anglosajones califican como "disembedment" de la economía, es decir su desinserción, pero no la pérdida de un soporte local que sigue siendo, evidentemente, indispensable. De alguna manera hay una disyunción entre la dinámica económica que se inscribe en territorios y redes globalizadas y la dinámica metropolitana que desarrolla territorios locales cada vez más vastos, más complejos y más equipados.

Es evidente que todo esto constituye sobre todo tendencias que caracterizan, en primer lugar, a las implantacionesde nuevas actividades. Las expansiones de actividades están menos directamente afectadas. Además, los territorios como las relaciones socioeconómicas preexistentes no desaparecen sin embargo. En efecto, una de las especificidades de las ciudades, más particularmente de las ciudades europeas, es su gran inercia y su capacidad de patrimonialización: las estructuras urbanas antiguas se sedimentan y las formas urbanas nuevas vienen a superponerse o a articularse con aquellas mas que a substituirlas.

Nuestra presentación de la metropolización es por eso bastante esquemática. Y lo que caracteriza, en última instancia, a las nuevas relaciones entre la economía y las metrópolis es, más bien, una doble integración: a la economía mundial y sus redes de larga distancia y, a la vez, a una sociedad local y sus redes de proximidad.

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Las nuevas tecnologías de comunicación refuerzan la metropolización

Algunos observadores formulan a veces la hipótesis que el desarrollo de nuevas tecnologías de comunicación permitiría poner fin a la metropolización o frenarla. El razonamiento es el siguiente: estamos en una sociedad en donde la información tiene un papel creciente, las telecomunicaciones borran las distancias, por lo tanto las telecomunicaciones van a disminuir la importancia socioeconómica de la proximidad física y de esa manera debilitar uno de los factores claves de la urbanización. Así, el teletrabajo y los teleservicios deberían permitir a las ciudades pequeñas y medianas, incluso a las zonas rurales, volver a ser competitivas tanto para los habitantes-consumidores como para las empresas-productores. Esta versión positiva del impacto de las telecomunicaciones desarrolla, en efecto, el mismo tipo de razonamiento que el de los pesimistas que se inquietan por la virtualización de la ciudad. Es lo que sucede con Paul Virilio que pronostica con angustia el fin de todas las movilidades en un “confinamiento interactivo generalizado” en donde todas las relaciones serían mediatizadas a la velocidad de la luz y en donde no existiría sino la ciudad virtual. Estos análisis están profundamente equivocados.

Primeramente, desdeñan toda perspectiva histórica y toda comprobación que el perfeccionamiento de los medios de comunicación materiales e informacionales ha ido siempre conjuntamente con el desarrollo de las ciudades y no con su dispersión. Al contrario de esta hipótesis, las nuevas técnicas, del ferrocarril a la radiofonía, pasando por el telégrafo, el teléfono, el tranvía eléctrico y el automóvil individual acompañaron y “sirvieron” a la concentración urbana. En efecto, la sociedad industrial, en su dinámica de desarrollo, movilizó ciencias y técnicas para hacer posible la concentración de los medios de producción y de consumo en las ciudades, cuyo crecimiento estaba, hasta allí, bloqueado por el alcance limitado de la marcha y de los transportes hipomóviles. Desde el viraje del siglo en los Estados Unidos, el teléfono, el tranvía, el ascensor y el automóvil han sido instrumentos de la urbanización y han engendrado, simultáneamente, los barrios suburbanos y los rascacielos. De hecho, se podría evocar, para convencer de la correlación positiva entre la urbanización y el perfeccionamiento de los sistemas de comunicación, a toda la historia de los medios de transporte y de almacenamiento de bienes, de personas y de informaciones, de la escritura a las NTIC (nuevas tecnologías de la información y de la comunicación) pasando por la rueda, la imprenta, las latas de conserva y el ferrocarril...

Estos análisis, que presumen un “impacto desurbanizante” de las NTIC, pasan igualmente por alto dos hechos, sin embargo, evidentes: es en las ciudades más grandes y que crecen más, que las nuevas tecnologías de comunicación son más utilizadas; son también los grupos sociales que más se desplazan los que utilizan más esas herramientas.

De hecho, como muchos estudios lo evidencian, las telecomunicaciones no substituyen a los desplazamientos. Por el contrario, son movilizadas tanto por las empresas como por los particulares para hacer posible su organización económica o individual en un contexto territorial en expansión. Así, gracias a las telecomunicaciones, las empresas pueden organizarse de manera diferente, separar de manera innovadora sus diversas funciones, trasladar algunas muy lejos, concentrar otras.

Las NTIC participan, de esta manera, en la profundización de la división del trabajo, en la concentración económica y en la expansión de las grandes ciudades. Acompañan al desarrollo de las movilidades y la metropolización, y suscitan finalmente más desplazamientos de los que ahorran. El presupuesto de transporte de las empresas aumenta, por otra parte, más en valor absoluto que el de sus telecomunicaciones.

Así como para los individuos, las telecomunicaciones se inscriben en las necesidades cotidianas de la vida en las grandes ciudades; reemplazan algunos desplazamientos pero autorizan, estimulan y suscitan otros. Algunas categorías socioprofesionales, que pueden hacer un uso intensivo de las telecomunicaciones, pueden incluso trasladar su vivienda fuera de las grandes ciudades manteniendo allí el empleo; en ese caso, los desplazamientos cortos cotidianos son remplazados por desplazamientos menos frecuentes pero más largos.

Las NTIC no son pues inertes, participan de las transformaciones de las ciudades, pero recomponen más los desplazamientos de lo que los economizan. Tienen incluso, a veces, un efecto paradójico: al transformarse en indispensables pierden su poder de discriminación pues todos deben poder tener acceso a ellas; así, pierden una parte de su valor económico, social y simbólico; recíprocamente, confieren un nuevo valor a todo lo que no se telecomunica. En la actualidad, la ventaja competitiva de una empresa pasa más por el hecho que puede localizarse en el corazón de Paris y beneficiarse con relaciones cara a cara, que por sus conexiones telemáticas que se transforman en muy comunes. Es por esta razón que los telepuertos tiene poco futuro.

De la misma manera, para los individuos, la verdadera riqueza de una práctica social será, cada vez más, la que pasa por el cara a cara, por lo instantáneo y no por lo almacenado y lo mediatizado. El desarrollo de los esparcimientos deportivos, culturales, culinarios, el éxito de los eventos en directo, en vivo, de encuentros, de grandes manifestaciones son testimonios de esa valorización en la vida cotidiana de las sensaciones no mediatizables y de la importancia que reencuentran el gusto, el tacto, el olfato. El lujo es ya poder arreglárselas sin los medios de comunicación y no estar obligado a telecomunicar.

DICCIONARIO METÁPOLIS DE ARQUITECTURA AVANZADA

Una nueva urbanidad: metápolis antes que no-ciudades.

Si la noción de metápolis tiene algún interés es, tal vez, también, porque es una crítica explícita a discursos frecuentes, fáciles y en el aire de un tiempo pesimista, sobre el fin de las ciudades y la muerte de la urbanidad. Efectivamente, como ocurre cada vez que una sociedad conoce mutaciones profundas, se encuentran observadores que sustentan afirmaciones fundadas, casi exclusivamente, sobre las pérdidas. El hecho no es nuevo. Así, antes de llegar a ser para muchos un modelo de urbanidad, la ciudad haussmaniana fue el centro de todas las críticas, pues acababa radicalmente con la urbanidad medieval. Hoy en día, en el ambiente muy crítico frente a la modernidad que evocábamos en nuestra introducción, el discurso sobre el fin de la ciudad conoce un éxito seguro. Reviste formas múltiples, que se trate de los “no-lugares” de Marc Augé que invadirían nuestros territorios o “non place” de Melvin Webber, reinterpretados por Françoise Choay sobre el tema de la muerte de la ciudad reemplazada por el reino de lo urbano.

Se trata de ideologías muy conservadoras que no tienen mucho que ver con lo que señalan los trabajos de sociología y de antropología. Persisten lazos sociales en nuestra sociedad (sic) y no hemos entrado en una nueva barbarie; esos lazos sociales son, sin duda, en parte diferentes y se desarrollan en lugares más o menos nuevos: así, una urbanidad parcialmente nueva caracteriza las relaciones entre los habitantes de las ciudades y sus territorios. Ciertamente, esa urbanidad no está exenta de exclusiones, desigualdades, violencias: y como especialistas de la ciudad tenemos una particular responsabilidad en el análisis de sus causas y en la reflexión sobre sus soluciones. Pero agitar el espantajo de los no-lugares y del fin de la ciudad como lo hacen hoy algunos, me parece científicamente errado y políticamente de una extrema peligrosidad.

Aconsejo a los nostálgicos de la ciudad antigua ir a los complejos polifuncionales, esos nuevos complejos compuestos generalmente por más de una decena de salas cinematográficas. Y observar. Volverán de allí tal vez más inquietos aún, pues tomarán conciencia de que esos son los nuevos lugares urbanos tanto para las bandas de jóvenes como para las familias, y que se desarrolla en ellos una verdadera urbanidad definida como una adecuación entre un espacio y relaciones sociales.

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Ese nuevo contexto de “metapolización” en el marco de una economía abierta y cada vez más globalizada obliga a redefinir muy profundamente tanto los objetivos de las políticas urbanas como los medios para ponerlas en práctica.

Del urbanismo planificador y voluntarista al urbanismo liberal y competitivo: del "puño" planificador a la “mano invisible”...

En la mayoría de los países antiguamente industrializados, los años sesenta y el inicio de los años setenta fueron un período relativamente fastuoso para la planificación urbana, aún si corrientes teóricas contrastadas se opusieron y sucedieron y si prácticas muy variadas se desarrollaron.

El éxito de esas políticas urbanas fue, sin embargo, desigual. A pesar del desarrollo de toda clase de medios de planificación urbana, las ciudades seguían estando en crisis a comienzos de los años 1970: atascamientos casi generalizados (insuficiencia de infraestructuras, retraso en los equipamientos públicos y control incompleto en el uso de los suelos), variaciones no controladas de los precios hipotecarios e inmobiliarios, desarrollo de desigualdades urbanas importantes.

Pero fue sobre todo la crisis económica la que asestó los golpes más decisivos al desarrollo de la planificación urbana. En la segunda mitad de los años setenta, la crisis económica afectó progresivamente a la mayor parte de las regiones y de los sectores de actividades económicas. Se asistió al fin del crecimiento urbano generalizado, al desarrollo de una alta tasa de desempleo, principalmente en las viejas regiones industriales, a una caída brutal de la actividad de las industrias de la construcción y de obras públicas.

En un primer momento, la mayoría de los poderes públicos, conservadores o socialdemócratas, reaccionaron acentuando la política del welfare y sustentando las actividades económicas en crisis. Luego, poco a poco, los gobiernos centrales se volvieron hacia otras políticas. De manera muy evidente con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, de manera más discreta cuando se trataba de gobernantes socialdemócratas. La ruptura del compromiso del Estado y el recurso al dinamismo del mercado se tornaron los ejes de las nuevas políticas. El tema de la desreglamentación - y de la desregulación - reemplazó - en grados diferentes - al de la planificación. Este proceso se efectuó más o menos brutalmente y más o menos ampliamente según los países, los contextos nacionales y las sensibilidades políticas.

En Gran Bretaña, el gobierno de Mrs Thatcher cuestionó los poderes de planificación de las autoridades locales a través de un doble movimiento de centralización y de fragmentación de las responsabilidades e iniciativas.

A la inversa, en Francia, una importante descentralización transfirió una parte significativa de las obligaciones y del peso del welfare state a las colectividades locales y a los departamentos, haciéndolos responsables de ellos, como manera de animarlos a comprometerse con esa nueva política. De hecho, las preocupaciones de los poderes locales habían cambiado en relación al período precedente: la desocupación y las crisis financieras locales se habían transformado en los dos mayores problemas. Debían, por lo tanto, desarrollar el empleo, mejorar los recursos, hacer economías. En el plano de la política urbana, esto se tradujo en dos orientaciones principales: atraer actividades económicas nuevas e inversiones inmobiliarias, reformar la gestión de los asuntos públicos. De ello resultó una especie de urbanismo competitivo no exento de superposición de ofertas : entre las colectividades locales a veces se impone la que más ofrece para atraer inversiones. Algunos consideran que máximo de “liberalismo” rima con máximo de atracción, provocando excesos manifiestos.

Se asiste también a tentativas, a veces desordenadas, para atraer a las nuevas actividades económicas portadoras de las nuevas tecnologías. Así, florecen tipos de zonas industriales llamadas a menudo “tecnópolis” que disponen de diversos equipamientos que se supone atraen a los inversores. El “market-led-planning” (la conducta de la planificación por el mercado), en el cual la parte del “planning” no es siempre evidente..., conoció en un primer momento el éxito, principalmente en las nuevas zonas de desarrollo (sunbelts y otras regiones de localización de las nuevas tecnologías), bajo la forma de implantaciones de nuevas actividades, de operaciones inmobiliarias de gran amplitud y de creación de empleos.
Pero hacer la ciudad es algo distinto y, de hecho, aparecen hoy claramente los límites de un urbanismo reducido a esos principios.

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La emergencia de un nuevo urbanismo

El contexto “posfordiano” contemporaneo está marcado por el desarrollo de nuevas tecnologías de la informática y de la comunicación que hacen posibles cambios estructurales en las maneras de producir y de consumir. Los resultados de las actividades económicas dependen, en efecto, de su capacidad:

-para responder rápido a necesidades variadas y cambiantes,
-para posicionarse en mercados donde la competencia se juega cada vez más a escala internacional y en términos de calidad.
-para procurarse asalariados muy calificados y para conservarlos.

En ese contexto las empresas evitan las unidades de producción muy grandes, buscan reducir costos disminuyendo las inmobilizaciones (stocks) y, funcionando “justo a tiempo”, intentan encontrar socios locales estables y competentes, concentran sus actividades de dirección que toman una importancia creciente.

Se asiste a recomposiciones espaciales complejas de una ciudad a otra o en el interior de las grandes aglomeraciones. Por una parte, las sedes de las grandes empresas reúnen en torno de ellas actividades numerosas; por otra parte, se ven reaparecer, en ciertos casos, especies de “distritos industriales”, neourbanos, con una cierta desconcentración de las producciones (unidades de tamaño mediano), pero una integración espacial de múltiples subcontratistas.
A este fenómeno se agrega, más generalmente, el del desarrollo de toda clase de servicios que se transforman en el entorno obligado de las nuevas actividades.

Globalmente resulta una renovación del interés de las industrias por las localizaciones urbanas e intrametropolitanas, únicas capaces de ofrecer un tejido denso y próximo a los subcontratistas y a los prestatarios de servicios.

A la inversa, gracias al desarrollo de las telecomunicaciones, algunas actividades poco calificadas, industriales y de servicios, pueden estar localizadas en la periferia: por ejemplo, el envío y la recepción de datos pueden estar a una distancia de 100, 500 o 5000 km de los sitios en donde las producciones son concebidas, realizadas o comercializadas.
Estas nuevas formas de organización y de cooperación de las empresas se inscriben en el desarrollo de sociedades diversas entre agentes privados, que son tantas “excepciones” relativamente durables coordinadas por el mercado.

La calidad del entorno local, su accesibilidad y su estabilidad se transforman entonces en variables decisivas para la localización y el desarrollo de esas nuevas industrias... y para garantizar su flexibilidad. Lo que implica la necesidad, para los actores económicos, de inscribirse en un tejido económico denso y variado, con numerosas pequeñas y medianas empresas, dinámicas y capaces de participar en esas nuevas sociedades.
El nuevo contexto de organización de las actividades económicas otorga también un lugar creciente a la “gestión de recursos humanos”. Atraer trabajadores calificados, ofrecerles perspectivas profesionales a mediano y largo plazo, tener en cuenta la evolución de sus necesidades personales, adaptarlos a las técnicas siempre en renovación, reciclarlos cuando fuere necesario, todo esto no es más una función anexa de una dirección del personal, sino una función estratégica y decisiva. De esta manera, si los industriales esperan de una ciudad que ofrezca un medio denso y variado, esperan igualmente que aquellos que trabajan allí se encuentren particularmente bien.

De allí la importancia
-de la calidad de la vivienda,
-de los equipamientos y servicios educativos, culturales, deportivos, comerciales,
-de los sistemas de transporte,
-del entorno, de la calidad del aire, del agua, del universo sonoro. Para llevarlo a cabo, una “cierta” planificación urbana es absolutamente necesaria, pues evidentemente, el alza súbita de los precios de los terrenos, las localizaciones salvajes de las actividades, la insuficiencia de infraestructuras públicas, el deterioro de zonas urbanas populares, el retorno de la penuria por la vivienda en ciertas zonas, etc., llevan rápidamente a la asfixia de la ciudades que se confiaban al liberalismo más puro.

Pero nuevamente, puede ser estrecha la puerta entre la planificación urbana, que corre el riesgo de generar sus propios fines y su propia burocracia, y el mercado, que tiende a evacuar cualquier interés general que no sea comprendido como la suma de intereses particulares. Este dilema supera evidentemente la planificación urbana. Es  toda la concepción de la regulación en el interior del sistema económico y social mercantil la que está cuestionada.
En conclusión, tenemos que insistir en el hecho de que las nuevas maneras de abordar la planificación urbana son, ante todo, el resultado de un nuevo contexto económico que modifica, a su vez, las “necesidades urbanas” de las empresas y las formas de regulación colectiva aseguradas por los poderes públicos.

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LOS PRINCIPIOS DEL NUEVO URBANISMO: estratégico, asociativo, resolutivo, heurístico.

Este nuevo urbanismo, si aparece en cierta medida como “intermediario” entre la falta de planificación liberal y la planificación reglamentaria, no es sin embargo “centrista” o “medio”. No es ni una mezcla de los dos enfoques ni está a igual distancia entre ambos. Toma de la falta de planificación liberal, primeramente la crítica a la planificación urbana tradicional, que pretende decidir, con años de anticipación, el futuro de una ciudad y los medios para alcanzar los objetivos fijados.

-No, la planificación urbana no es un algoritmo, es decir una sucesión finita de reglas o de métodos perfectamente definidos para obtener la solución de un problema en un número limitado de etapas.
-No, la planificación urbana no puede oponerse a las reglas socioeconómicas dominantes, sobre todo en una economía abierta como la de Europa del Oeste actualmente. Hay que “hacer con” las fuerzas económicas y cuidarse de la ilusión, generosa a veces, presuntuosa y burocrática a menudo, que uno puede oponerse a ellas frontalmente, que se puede imponer a las empresas los lugares de implantación.
-No, la planificación urbana no puede ya inscribirse en un esquema que separe, incluso oponga, planes y proyectos:
por un lado un plan a largo plazo que impone, sobre todo, sus limitaciones a los poderes públicos, por el otro, lo cotidiano hecho de proyectos concretos, privados y públicos, que los responsables locales están obligados a administrar de manera cada vez más arbitraria en relación a los cuadros iniciales de los planes directivos.
Pero a la inversa, ese nuevo urbanismo toma también de los planificadores urbanos las crítica a la gestión urbana liberal.
-No, está claro que todo el mundo no saca provecho automáticamente del enriquecimiento de algunos; el dinamismo de un barrio, el desarrollo de una actividad no benefician necesariamente al conjunto de una aglomeración, a todos aquellos que viven y trabajan allí (o están desocupados).
-No, el interés de una ciudad no es la suma de intereses de cada uno de los barrios. Sólo se puede concebir el futuro de un barrio situándolo en el contexto de la ciudad; o el interés de una región en el contexto nacional... Muy rápidamente, la gestión urbana liberal exacerba toda clase de desigualdades.
-No, los inversores privados son incapaces de superar solos sus propios intereses y realizar obras de interés colectivo. Sin duda, a veces hay que privatizar un túnel, un puente, una autopista urbana, pero no se puede concebir un plan de infraestructura a partir sólo de equipamientos directamente rentabilizables.

-No, así como la planificación reglamentaria no lo hace, la “mano invisible” de Adam Smith tampoco organiza la ciudad, como lo piensan los neoclásicos. Si los agentes privados son capaces de explotar lo que se podría denominar como yacimientos de productividad urbana, muy rápidamente hay que instalar mecanismos de regulación para impedir el auto bloqueo económico, técnico y social de la ciudad liberal.
-No, el futuro no se construye en el día a día de la “gestión”, hay que invertir y anticipar también. Los agentes privados anticipan su futuro. Los poderes públicos deben anticipar para la colectividad. Lo que no es simple pues, por ejemplo, realizar un equipamiento de transporte en planta urbana lleva mucho más tiempo que la implantación de una nueva máquina en una empresa, incluso la construcción de una nueva sede social en un barrio de negocios.

El nuevo urbanismo se inscribe, pues, oponiéndose tanto a la planificación reglamentaria como a la gestión liberal.

No es un compromiso entre las dos. No es un poco una ni un poco la otra, aun si intenta conjugar las virtudes de la planificación y las del mercado.

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Los constituyentes del nuevo urbanismo

El desarrollo actual de las ciudades se inscribe en la prosecución del proceso de urbanización. La riqueza de las ciudades continuará a basarse en la cantidad y la variedad de aquello que ellas hacen accesible.
Las ciudades serán pues cada vez más densas; pero con las nuevas tecnologías de comunicación, la densidad se expresará bajo formas nuevas, en particular por la densidad de las redes.
Ahora bien, los resultados de las redes dependen de la importancia de los nudos, de la fineza del entramado, de la calidad de las conexiones.
En la medida en que la lógica del desarrollo privado participa en un desarrollo fragmentado de las ciudades y aparentemente más o menos azaroso, la responsabilidad de la nueva planificación no es la de oponerse a ese dinamismo en nombre de una programación necesaria, sino de transformar esos fragmentos en componentes de redes y asegurar el entramado necesario y las conexiones de todas clases.
Esta lógica económica y esas nuevas formas urbanas, que excluyen a la vez empirismo liberal y planificación tecnocrática, necesitan por el contrario, por parte de los poderes públicos, tanto la definición y la explicitación de objetivos a largo plazo, como un pragmatismo que disponga de herramientas poderosas.

1/ La elaboración de un “proyecto de ciudad”
La planificación urbana tiene como primer principio la formulación, la explicitación de un “proyecto de ciudad”. Ese proyecto es una representación global del futuro de la ciudad, de los problemas mayores por resolver, de las cualidades esenciales a obtener. Los responsables políticos son los que tienen que definirlo. Esta definición puede tomar formas diversas, participativas o no, según las sensibilidades políticas y los contextos administrativos y culturales nacionales o locales.
En ciertos casos, los responsables intentarán elaborar un proyecto urbano que exprese un proyecto de compromiso máximo entre todas las clases de grupos diferentes e intereses particulares.
En otros casos, el proyecto urbano será más perentorio, oponiéndose explícitamente a ciertas concepciones, a ciertas actividades o a ciertos intereses.

Pero de todas maneras debe ser un proyecto sólido, completo, conceptualizado, para luego permitir, por una parte, que todos los actores se posicionen con respecto a él y por otra, que los responsables de la ciudad elijan los mejores medios para realizarlo, en su totalidad o en parte. La existencia de ese proyecto de ciudad es indispensable para evitar que las decisiones posteriores no sean puramente oportunistas. Este proyecto no es a priori un proyecto espacial. No define las formas urbanas deseables sino objetivos a ser satisfechos para la calidad de vida de la población.
Estos objetivos pueden ser muy variados. Se puede imaginar, por ejemplo, que figuran entre ellos, con cifras generales y plazos globales, la reducción de la duración de los desplazamientos domicilio-trabajo, objetivos educativos y de formación profesional, normas del medio ambiente (límite de los perjuicios sonoros, de la contaminación del aire, etc.) o aún, la limitación de la segregación social de los barrios, la disminución de la criminalidad, etc.

Este proyecto de ciudad no debe ser, por supuesto, un simple catálogo electoral. Debe apoyarse sobre observaciones precisas y localizadas y proponer objetivos cifrados que integren la diversidad de las situaciones en el seno de la ciudad.
Debe ser muy explícito y muy claro a fin de permitir a actores variados apropiárselo, o a individuos o grupos utilizarlo en sus procesos de identificación territorial y social.

El procedimiento de elaboración de este proyecto debe combinar, sin duda, como dicen los ingleses, el “bottom-up” (de abajo hacia arriba) y el “top-down” (de arriba hacia abajo). Dicho de otro modo, se puede partir de lo local para ir hacia lo global o a la inversa, pero se deben hacer los dos, pues la elaboración del proyecto de ciudad debe permitir abrir, lo más ampliamente posible, los debates sobre el futuro de una ciudad y, al mismo tiempo, desembocar en elecciones y decisiones de principio.
Así, en un sistema descentralizado en donde las colectividades locales tienen una gran autonomía, probablemente hay que poner en práctica para las aglomeraciones procedimientos top-down, si no se corre el riesgo de no tener más que proyectos particulares a nivel de cada colectividad local y no un verdadero proyecto de ciudad a nivel de la aglomeración, que constituye sin embargo, la escala urbana de los habitantes (estos últimos viven en una comuna, trabajan a menudo en otra, hacen las compras en una tercera, incluso frecuentan una cuarta para los esparcimientos). A la inversa, en un sistema centralizado, hay que desarrollar procedimientos bottom-up para hacer emerger los múltiples intereses y elementos en juego que deberán ser tomados en cuenta en el proyecto de ciudad.

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2/ La elección de opciones estratégicas
Para que el proyecto de ciudad se concrete efectivamente, la segunda etapa decisiva consiste en elaborar opciones estratégicas en función:
-de fuerzas, zonas, actores sobre los cuales es posible apoyarse,
-de instrumentos necesarios disponibles o accesibles a plazos,
-de etapas intermedias indispensables.

Se trata, de alguna manera, de poner a punto una estrategia programática, es decir, elaborar un conjunto de medios y métodos que permitan tomar, luego, decisiones de programación.
Estas opciones estratégicas pueden comprender dimensiones espaciales: un barrio, un espacio, incluso una forma urbana o una arquitectura pueden servir para tal o cual objetivo del proyecto de ciudad.
En la mayoría de las áreas, esas opciones estratégicas no fijarán la ocupación del espacio de manera precisa, en un dispositivo rígido. Antes bien, se definirán zonas de potencialidad o de prioridad. Pero en ciertas áreas, por el contrario, esas opciones estratégicas necesitarán reservar rigurosamente espacios para tal o cual objeto.
Más aún, cuando no hay ninguna medida común entre la escala temporal de la vida de una ciudad y los plazos económicos y políticos de los que toman las decisiones, decisiones que en el horizonte de algunos años corren el riesgo, a veces, de hipotecar una evolución a largo plazo.
Estas opciones estratégicas deben conocer una relativa permanencia, sin por ello ser intangibles pues no son más que medios. Por lo tanto, periódicamente deben ser evaluadas y eventualmente adaptadas, incluso, modificadas.

3/ La constitución de un “aparato de management urbano”. Un sistema formalizado de gestión y de toma de decisión.
La clave de ese nuevo urbanismo reside en el sistema que permitirá dar operatividad a las opciones estratégicas elegidas, es decir, que concretamente definirá las decisiones a partir de un sistema de restricciones heterogéneas, producidas, por una parte, por las opciones estratégicas y por otra parte, por la gestión.
En efecto, el urbanismo cotidiano está constituido por oportunidades diversas, contratiempos, imponderables, aceleraciones. La gran dificultad para los responsables locales es la de apreciar las potencialidades o los riesgos de un acontecimiento, una oportunidad, un contratiempo, una coyuntura.

Por ejemplo, un inversor se presenta para realizar sobre un terreno una operación que no se había imaginado. El proyecto no está de acuerdo con el Plan de Urbanismo. ¿Hay que rechazarlo por ello? ¿Cuál sería su impacto sobre las opciones estratégicas y el proyecto de ciudad si se realizara, sin embargo, dicha operación? ¿Por otra parte, qué habría que modificar, eventualmente, para minimizar o por el contrario acrecentar sus efectos?

El aparato de gestión urbana debe disponer, por una parte, de un sistema de decisión, por otra, de una gama de herramientas operativas que va de los servicios técnicos municipales a instrumentos jurídicos de todas clases (para ciertas zonas, planes de urbanismo clásico, para otras, dominantes o espacios reservados) pasando por medios de programación y financiamiento.

El sistema de decisión elegido debe tener dos virtudes.
Por una parte debe hacer posible la utilización de energías exteriores, incluso si a priori parecen a veces contrarias.
En efecto, demasiado a menudo se han perdido ocasiones porque el respeto rígido de una disposición planificadora excluyó toda reflexión sobre un proyecto, a primera vista, “no conforme”. Tal vez, frente a proyectos contrarios, hay que ejercitarse también en la técnica del judoka, es decir intentar utilizar la fuerza de un “adversario” para “desequilibrarlo” acompañando su movimiento. Aún cuando la gestión urbana no sea necesariamente un combate entre adversarios..., hay que poder utilizar las fuerzas que, a priori, pueden aparecer como divergentes, incluso contrarias. Por ejemplo, acompañando la capacidad de inversión de un inversionista en un proyecto específico, se puede hacer “caer” una operación hacia una opción diferente de aquella que había sido elegido primeramente por el inversor.

De esta manera, el urbanismo debe y puede apoyarse sobre el dinamismo del mercado. Pues es una ilusión creer que un plan de gestión puede ser realizado únicamente por las autoridades que lo implantaron. En efecto, un plan sólo tiene posibilidades de ser realizado en sus grandes líneas si una diversidad de organismos, operadores, actores públicos y privados consiguen articular sus propios objetivos. En la época en que las colectividades públicas controlaban el financiamiento de la vivienda social y de los equipamientos públicos, creyeron poder hacer, ellas solas, las ciudades. Pero, en general, sólo consiguieron hacer grandes ensembles.

Pero, por otra parte y en términos generales, el sistema de decisión debe también permitir articular permanentemente las decisiones cotidianas - la gestión - con las elecciones estratégicas. ¿Se debe agrandar una escuela, se debe modificar una tarifa, se debe autorizar una derogación, etc.? ¿Cómo situar ese tipo de decisión frente a elecciones estratégicas? Las grandes empresas conocen muy bien ese problema. En los años sesenta, los managers americanos buscaban resolverlo por sistemas de “management racional”. Lo que dio nacimiento a toda clase de técnicas, de las que surge, de alguna manera, la búsqueda operativa. Algunos autores intentaron aplicarlas en el área de la planificación urbana. Luego, otros modelos de decisión aparecieron bajo la denominación de “management estratégico”. Esa corriente se extendió también en medio de los planners anglosajones con la “planificación estratégica”. Más recientemente, ante las restricciones impuestas por una incertidumbre creciente y por cambios cada vez más rápidos en el entorno, se ha asistido al desarrollo de tesis llamadas “pragmáticas”.

En el contexto de fin de los años 80 y comienzo de los 90 y del aprendizaje del management, muchas colectividades locales se inspiraron más o menos explícitamente en este tipo de enfoques.
Si las técnicas del management fueron criticadas por transformarse, bastante a menudo, en las empresas, en un simple pilotaje automático, ese peligro es aún más manifiesto en el área de las colectividades locales: éstas no disponen, en efecto, de criterios de evaluación tan precisos como los de la productividad y la rentabilidad de las empresas.
Las tesis recientes llamadas “incrementalistas” o aún “heurísticas”, que apuntan a controlar con “racionalidad limitada”, parecen hoy más interesantes. Se basan en la idea que lo operativo ya no puede conducirse “suponiendo lo estratégico grabado en el mármol por otra parte” . En estas condiciones, si no se quiere caer en el empirismo, es necesario que la articulación operativo-estratégico sea permanente. El principio de este tipo de gestión es una especie de “racionalismo de procedimiento” según el cual el sistema de decisión prima sobre la decisión.

Para ilustrar el procedimiento, retomemos nuestro ejemplo precedente. Un promotor propone una operación sobre un terreno afectado inicialmente a otro uso. ¿Qué decidir? Rechazarlo es perder una capacidad de inversión. Aceptar es cuestionar una elección precedente. No hay una respuesta general para ese problema en la ciudad considerada. Por lo tanto, ninguna decisión de principio. Es necesario, entonces, disponer de un sistema de análisis y de decisión que permita zanjar la cuestión. Para ello, primero hay que ser capaz de formular la preguntas correctas, luego encontrar las correctas soluciones heurísticas más que las correctas respuestas. Conviene codificar ese sistema de análisis y de decisión y evaluarlo regularmente. El procedimiento se mejora sin cesar (aprendizaje), de allí su calificativo de incrementalista o heurístico.

Otras cuestiones de urbanismo en el sentido de “urban design” se plantean también en esta perspectiva. La iniciativa proviene, en nuestro ejemplo, de un inversor privado (es lo que ocurre cada vez más). Este proyecto supera frecuentemente la escala de la parcela y toma, de hecho, una dimensión urbana. Está organizado alrededor de un “concepto” que debe permitir sacar un provecho a partir de una combinación de actividades. La cuestión para la colectividad local es entonces apreciar en qué medida ese proyecto privado, no previsto inicialmente por ella para ese lugar, puede sin embargo inscribirse en la perspectiva estratégica adaptada, o en su defecto, ser compatible con  el proyecto de ciudad elegido, sin perjuicio de reformular una de las opciones estratégicas.

En función de este tipo de análisis, la colectividad local negociará luego con el inversor privado.

Es importante entonces evaluar las propuestas no conformes con los planes de urbanismo o las opciones estratégicas, procediendo a un "estudio de impacto estratégico", es decir, a un análisis de las modificaciones que serían necesarias hacer a los dispositivos existentes para integrar esa propuesta de manera positiva a las opciones estratégicas o para el proyecto de ciudad.

Algunas herramientas para ese nuevo urbanismo No es nuestra intención, en el marco de esta conferencia, contabilizar todas las herramientas disponibles o imaginables para poner en práctica ese nuevo urbanismo.

Quisiéramos solamente evocar de manera rápida tres herramientas principales:
-el aparato técnico de conocimiento de la ciudad;
-la asociación y el “urbanismo regla del juego”;
-el plan parcelario.

1/ La necesidad de un elaborado aparato de conocimiento, de evaluación y de seguimiento.

La reivindicación de conocimientos múltiples y profundos de la ciudad pertenece al urbanismo moderno. Siguiendo a Geddes y Poëte se desarrollaron primeramente diversos tipos de encuestas y enfoques históricos. Luego se buscó tener conocimientos más sistemáticos. El desarrollo de la informática dejó entrever posibilidades completamente nuevas que alentaron paralelamente el desarrollo de “bancos de datos urbanos” y de diferentes tipos de modelizaciones (en el área de transportes, inmobiliaria y vivienda, sobre todo). De hecho, todos esos instrumentos correspondían al procedimiento del urbanismo racionalista que, para controlar y regular, debía primero conocer y  medir.

En un primer momento, la crisis de la planificación, agregada a aplicaciones azarosas de las modelizaciones y de la informática (muy ambiciosas generalmente) disminuyeron el desarrollo de esos instrumentos. En ciertos países, al principio y en algunas ocasiones, la descentralización debilitó también los medios en materia de estudios urbanos.
Pero, más allá de esa crisis específica, uno puede interrogarse sobre el tipo de conocimiento y de información sobre la ciudad que necesita el nuevo urbanismo que evocamos antes.
En efecto, la ciudad es un sistema extremadamente complejo. Durante largo tiempo se creyó que era necesario, para controlar un sistema complejo, disponer de un modelo de representación con un grado de complejidad superior. A menudo, esto condujo a reducir la complejidad de la realidad para hacerla compatible con los instrumentos que se disponía. Lo que explica probablemente en gran medida, las decepciones de las modelizaciones de los años 1960-1970.

Ahora bien, no deja de ser interesante para nuestro cometido observar que nuevas teorías matemáticas y físicas permiten entrever posibilidades de tratar los fenómenos complejos de manera diferente a aquella practicada por ese tipo de reduccionismo. De lo que se trata es de manejar esos sistemas “bajo racionalidad limitada”, es decir aceptando no conocerlos plenamente pero teniendo en cuenta esta falta de conocimiento.
La planificación heurística tiene en efecto una mayor necesidad de apreciar permanentemente el impacto de un acontecimiento o de una decisión, que de disponer de un conocimiento global del cual una muy pequeña parte tiene posibilidad de ser utilizada para la decisión.
Se trata, recordémoslo, de intervenir sobre un movimiento y no controlar un estado. En el área del urbanismo, esto debería conducir a reevaluar los instrumentos de conocimiento y de acción de que disponemos.

Pero no es seguro que sean instrumentos adaptados al nuevo tipo de planificación lo que nos parece necesario promover. Esta requiere, según parece, más medios para evaluar las oportunidades o el impacto de tal o cual decisión que grandes sistemas que corren el riesgo de ser, en definitiva, poco operativos para ese tipo de planificación resolutiva y “heurística”.

Sea lo que fuere, nos parece indispensable que los responsables del management urbano, más que desarrollar sistemas de observación no problematizados y no centrados (y generalmente de tipo monográfico),
-por una parte desarrollen sus conocimientos “fundamentales” o al menos “generales” sobre los fenómenos urbanos;
-por otra parte se provean de instrumentos de conocimiento y de acción de un nuevo tipo, movilizando las nuevas tecnologías, pero que igualmente sean capaces de evaluar el impacto estratégico de los acontecimientos y las decisiones a través de encuestas dirigidas y de simulaciones prospectivas.

2/ De un urbanismo reglamentario y normativo a un urbanismo “regla del juego”; socios, comunicación y convenciones.
La planificación urbana nació de la voluntad de oponerse al libre juego de las fuerzas del mercado cuyas consecuencias eran consideradas desastrosas. El urbanista francés Prost decía que el urbanismo apunta primero a prohibir.
Este tipo de planificación tuvo una cierta pertinencia cuando el crecimiento era generalizado y que se temía el “demasiado lleno” y el “no importa dónde, no importa cómo”. Hoy ya no es lo que más ocurre. Como hemos ampliamente explicado, se trata más de impulsar o acompañar, coordinar o inventar, supervisar o informar... Para ello, una planificación autoritaria, imperativa no es necesariamente la que mejor se adapta.
Se siente más la necesidad de una planificación que fije las reglas de juego, que influencie las elecciones de los actores, que los oriente hacia la búsqueda de resultados satisfactorios.

Se trata de planificar y de manejar “el contexto”, más que intentar guiar directamente a los actores y a las operaciones. Este objetivo es evidentemente mucho más ambicioso y más complicado de alcanzar. Se trata de alguna manera de desarrollar nuevas reglas de juego. Pues el urbanismo debe jugar con una gran diversidad de actores, incluso hacerlos jugar juntos; dicho de otro modo, hay que transformarlos en socios del nuevo urbanismo y no en los sujetos (o los objeto, ¡según el caso!).
Es en ese sentido que se puede hablar más generalmente de un urbanismo asociativo que modifica la relación entre el poder y los operadores y actores locales.
Esto no significa que se puede, en cada ocasión, asociar a todos los interesados en un consenso urbano generalizado. La ciudad es materia de conflicto de intereses y a veces objeto de apuestas antagónicas. A los responsables políticos les compete dirimir la cuestión. Pero en numerosas áreas eso no ocurre. Esta concepción puede entonces permitir utilizar de manera nueva las posibilidades creativas de los diferentes actores. Es lo que se denomina, en la actualidad, pasar de un gobierno urbano a la gobernabilidad urbana.

Imaginemos por ejemplo que la estrategia urbana elegida para realizar un elemento del proyecto de ciudad afecta tal función en tal zona.
Se trata de una regla definitiva, se la debe respetar y punto.
Pero si se trata de una regla del juego que “dice”:
-el objetivo es tal elemento del proyecto de ciudad;
-la clave de la decisión sobre un permiso de construir, es la adecuación del pedido de permiso a dicho objetivo,
-el sistema de decisión, es tal procedimiento de evaluación, de consulta a los habitantes, a otros actores involucrados, etc., entonces cada uno puede dar pruebas de imaginación para encontrar una solución que le sea provechosa y al mismo tiempo sea conforme a la regla del juego (que expresa de alguna manera el interés general).

Por supuesto, puede parecer más simple o más seguro acantonarse en soluciones reglamentarias tradicionales, sobre todo que dispositivos de ese tipo requieren muchos esfuerzos, competencias y medios. Pero son mucho más productivos pues movilizan las competencias, la creatividad y los medios de actores diversificados, generalmente exteriores hasta allí, en ese estadio de la planificación urbana.
Es en ese contexto que se deben resituar las problemáticas, bastante ampliamente aceptadas en la actualidad, de la asociación público privado (PPP)1.
Estas concepciones sobre un “urbanismo regla del juego” convergen con los enfoques que privilegian las funciones de comunicación, de mediación y de negociación en la planificación urbana (y que se acercan a otras corrientes de pensamiento que examinan las relaciones entre los actores y los modos de coordinación de las acciones individuales).
De hecho, en la actualidad, la mayoría de los urbanistas saben que no existe un “buen plan” en sí, cualquiera sea la calidad de las técnicas puestas en práctica y que la planificación urbana no puede ser más que un proceso que implica un gran número de actores. Sin acuerdo, sin compromiso, muy pocos planes tienen posibilidades de ser realizados o incluso simplemente respetados. Y lo que es más, sin medios para realizarlos, pueden generar resultados opuestos a aquellos que se suponía debían producir.

El oficio de urbanista es pues, en sentido amplio, permitir compromisos conformes con el proyecto de la ciudad, pero modulados en función de los intereses de los socios que necesita. Estos socios pueden ser habitantes u operadores económicos.

3/ ¿Una planificación sin planes?
¿Proyecto de ciudad, opciones estratégicas, procesos y compromisos no necesitan, en un momento u otro, un plan de urbanismo bastante clásico, fijando el derecho del suelo en una escala operativa, la parcela? Esta cuestión es efectivamente espinosa y, sin embargo, central para el urbanismo futuro.

En efecto, si se parte del principio que el proyecto de ciudad y las reglas del juego son los elementos esenciales de este nuevo urbanismo, uno puede preguntarse por la pertinencia de los instrumentos tradicionales de la planificación compuestos a menudo por planes directores (master plans, planos estratégicos) y por planes de detalle (planes de urbanismo, planes locales, planes de ejecución). Los primeros se inscriben en la gran escala y en el largo plazo, los segundos en la pequeña escala y en el corto-medio plazo.

Está claro que una serie de factores exigen ahora la elaboración de nuevos dispositivos:
-las mutaciones socio-económicas rápidas y en parte imprevisibles;
-la necesidad de un urbanismo más impulsivo y movilizador que controlador y censor;
-de nuevos instrumentos que se han hecho posibles por las nuevas tecnologías y en particular por la informática que permite estudiar múltiples variantes;

1 PPP (partenariat public privé): asociación público privado

-una democracia que está, ella misma, en evolución, desplazando el poder y los instrumentos de los que toman las decisiones políticas;
-la necesidad de encontrar para los socios de los poderes públicos un lugar real, no sólo en la concepción de la planificación sino en su puesta en práctica. Desde esta perspectiva, ¿qué ocurre con el plan? ¿Se puede imaginar una definición aproximada de las zonas y de su destino? ¿No se corre el riesgo, con ese tipo de “Simplified Planning Zones” de perder todo control efectivo sobre  el uso de los suelos? ¿La definición grosera de límites de zonas no corre el riesgo de provocar una serie de arbitrariedades y de numerosas injusticias?
Estas inquietudes no carecen de fundamento. Pero es posible también “corregir” aparentes aproximaciones espaciales por la precisión de objetivos.
-Se puede por ejemplo fijar un máximo de población para una zona, antes que una densidad de hábitat aplicable a escala de la parcela; o proporciones de diferentes tipos de hábitat, o aún proporciones entre variedades de empleos y variedades de hábitat. Esto produciría resultados urbanos probablemente muy diferentes. En estas condiciones, los arbitrajes (más o menos arbitrarios) sólo serán necesarios en el margen, en la periferia o cuando un objetivo esté
cerca de ser alcanzado.
-Se puede también imaginar zonas con reglas de juego particulares, con la determinación de objetivos propios de los poderes públicos en esas zonas; ciertos derechos de uso de suelos estarían asociados a obligaciones de participación con esos objetivos públicos. Se trataría de alguna manera de “zonas con ZAC2 dirigidas”.
-Sin duda esos nuevos instrumentos y su uso diversificado sobre un mismo territorio plantean algunos problemas espinosos desde el punto de vista jurídico. Pero es mejor encontrarles soluciones de derecho que ser llevados a deformar los instrumentos existentes para plegarlos a las nuevas necesidades urbanísticas. En efecto, no hay nada más arbitrario y más peligroso que la multiplicación de derogaciones.
Esta planificación de un nuevo tipo, que ya no se ajusta tan nítidamente a la parcela, no dejará, evidentemente, de tener consecuencias en las formas urbanas. Ahora bien, numerosos arquitectos y urbanistas (Muratori, Aymonino, Rossi..., y en Francia Huet, Castex, Panerai...) han insistido en la importancia de lo parcelario como marco de edificación y como soporte de las prácticas (enfoques tipológicos, permanencias de huellas, etc.). Algunos temerán también que este nuevo urbanismo se inscriba en el proceso de “monumentalización” de las producciones, al multiplicar los grandes proyectos. De hecho, a las lógicas sectoriales y modernas, origen de esa monumentalización, se agrega ahora, cada vez más a menudo, la lógica de los inversionistas privados que emprenden operaciones cada vez mayores, complejas, coherentes y autónomas, funcionalmente y arquitectónicamente: ¡de la manzana al ... grupo aislado!
Sin embargo, probablemente no es posible, en particular en el período de crecimiento y de mutación urbana, volver a un recorte neoclásico más o menos mítico. A pesar de ello, no se trata de abandonar toda ambición en materia de “formas urbanas”. Y de hecho, se pueden desarrollar, en el marco de ese nuevo urbanismo, instrumentos específicos para jugar con las formas y la morfología de la ciudad. Christian Devilliers, destacando la ilusión del retorno a la ciudad clásica, propone así “trabajar por proximidad, por sucesión y encadenamientos de proyectos... que deben domesticar las lógicas de sectores de los agentes privados y públicos”.

Al hacer esto, se puede intentar también articular mejor el trabajo con las formas y la “participación” de los habitantes, sabiendo que la participación de los habitantes debe hacerse según una correcta escala para evitar los fenómenos de “nimbismo” (not in my back yard) y hacer de tal manera que la ciudad no esté determinada por las únicas lógicas de los habitantes y de los vecinos.
Este nuevo urbanismo cubre un campo muy amplio. Torna indispensable el desarrollo de múltiples métodos y herramientas nuevas. En numerosas ciudades, urbanistas y dirigentes locales ya lo experimentan y ponen a punto procedimientos e instrumentos adecuados.
Observemos finalmente que, si ciertos planificadores y urbanistas habían podido inquietarse ante el cuestionamiento de una parte de las ambiciones de la planificación urbana y de sus instrumentos tradicionales, a la inversa, parece que este nuevo urbanismo es particularmente ambicioso.
Pues, actuar efectivamente sobre el desarrollo de una sociedad compleja requiere no una aplicación cada vez más contundente de medios simples, sino la puesta en práctica de medios cada vez más complejos.

Esto exigirá también, en los próximos años, que el urbanismo se enriquezca con aportes cada vez más complejos de disciplinas cada vez más variadas. La necesidad de una renovación profunda y muy amplia de los conceptos y del conjunto de las políticas urbanas. 2 N de T: ZAC (zone d´aménagement concertée): zona de urbanización concertada.

Una de las disciplinas mayores será probablemente el management en general y el marketing en particular. En efecto, las ciudades, confrontadas con la metapolización y la globalización, deberán igualmente hacer frente a una competencia interurbana cada vez más aguda. Deberán, para atraer tanto a los inversores y empleadores como a las capas sociales calificadas, desarrollar estrategias que exploten lo mejor posible sus especificidades, responder a las exigencias de calidad, situarse en relación a los competidores. Para ello, deberán poner en práctica procedimientos que tomarán también de los procedimientos de las empresas, adaptándolos a las especificidades de las colectividades públicas y de los poderes políticos. Deberán inspirarse en procedimientos en términos de “marca” para formalizar su identidad, hacerla visible y explotable en las políticas urbanas; deberán también inspirarse de las técnicas de “benchmarking” para situarse en relación a sus competidores e inscribirse en una lógica de calidad global. Deberán apoyarse en el reingeneering para acrecentar sus resultados y proceder a reorganizaciones.

Deberán desarrollar organizaciones bajo forma de “bandejas-proyectos” para poder realizar rápidamente y en buenas condiciones operaciones de urbanismo.
Pero esta orientación, virada hacia la competencia nacional e internacional, no debe construirse ignorando los problemas sociales que se plantean con agudeza en todas las grandes ciudades y más particularmente en aquellas que están confrontadas con reconversiones profundas. De hecho, la cohesión social y por lo tanto la solidaridad y el vigor de las políticas en favor de las poblaciones en dificultad muestran ser las bases indispensables de las nuevas políticas urbanas, que tienen necesidad de compromisos político-sociales sólidos para desarrollar estrategias ofensivas.

La apuesta social es apuesta tanto más decisiva para el futuro de las ciudades cuanto que se asiste a nuevas formas de segregación social. Las desigualdades sociales, que se derivan también de esas nuevas herramientas de la vida urbana, son reforzadas por dinámicas de localización residencial que tienden a ser cada vez más “electivas” y a reunir poblaciones que se consideran - o que se las considera - semejantes, por las ganancias o los modos de vida. El gran riesgo es que asistamos a un agravamiento de la segregación social, incluso a tendencias “secesionistas”. Ahora bien, esas dinámicas secesionistas se desenvuelven a menudo en nombre de la preservación de una vida de barrio armoniosa y de intereses “ultra locales”. En ese contexto, el derecho a la ciudad, es decir al  empleo, a la educación, al consumo, a la cultura y a los entretenimientos, pasa entonces cada vez más por la posibilidad efectiva de desplazarse para tener acceso al conjunto de los territorios de un área urbana.

Es necesario entonces esforzarse a la vez para facilitar al máximo los movimientos de personas, bienes, informaciones y limitar las consecuencias negativas sobre el entorno, debidas sobre todo al uso de vehículos aún demasiado contaminantes y demasiado costosos en energías no renovables. Pero no podremos ni retornar al modelo antiguo de ciudades, con sus barrios míticos en donde todo parecía ocurrir en una proximidad inmediata, y esos centros de ciudad antiguos de los que todos tenemos nostalgia, ni desplazarnos de nuevo en los mismos horarios y por los mismo recorridos. Manejar el urbanismo, el hábitat, la movilidad, pero más generalmente las comunicaciones, el medio ambiente, exige no solamente instituciones, políticas y herramientas a escala de los problemas que deben tratarse, sino también conceptos y proyectos nuevos. Los nuestros datan en la actualidad, demasiado a menudo, del siglo XIX cuando las concepciones del espacio y del tiempo habían sido trastocadas por el desarrollo de los medios de transporte mecánicos. Así, hoy parece que los conceptos de distancia, proximidad, conexión, límite deben ser pensados de forma diferente, de la misma manera que las nociones de separación o de transición entre lo público y lo privado, entre lo íntimo y lo social, entre los intereses locales o comunitarios y el interés general. La creatividad político-espacial es, más que nunca, oportuna. Pues la revolución urbana que se esboza exige que reexaminemos de manera bastante radical muchas de las certezas y de las categorías del pensamiento antiguas, en el área de las instituciones locales, de la urbanización del territorio, de la democracia representativa, pero también en el área de las políticas urbanas, de los proyectos de ciudad, de las concepciones del urbanismo y de la arquitectura.

SEMINARIO INTERNACIONAL EL RENACIMIENTO DE LA CULTURA URBANA.
Frente a La Globalización: Ciudades con Proyecto
En Rosario, 29 y 30 de junio de 1999
Teatro del Centro Cultural Parque de España

New York: Segunda Sección del “High Line Park” Inaugurada

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El High Line es un parque público que tiene 1,45 millas de largo (2,3 kms.) va desde la calle Gansevoort hasta la 34th Street en el West Side de Manhattan. Anteriormente, este espacio era parte de la línea del ferrocarril que estuvo en funcionamiento desde 1934 hasta 1980.

La High Line, o línea elevada, fue construida en 1930 para sacar de las calles de Manhattan el tráfico de trenes de mercancías y así evitar accidentes. La vía, abandonada desde 1980, se encontraba a punto de ser demolida cuando en 1999 se fundó Friends of the High Line para intentar salvar el espacio y decidir qué hacer con él.

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Gracias al trabajo de la asociación, en 2003 se convocó un concurso de ideas: hubo 720 propuestas —que se pueden ver en la web— y el proyecto se adjudicó al equipo de arquitectos James Corner Field Operations & Diller Scofidio + Renfro.

Tras 10 años de planificación y construcción, el mes de junio 2009 se abrió la primera parte del parque, que va desde la calle Gansevoort hasta la Calle 20 (unos 2.5 kilómetros). El proyecto dispone que el parque llegue hasta el barrio de Hell’s Kitchen, a una zona conocida como Rail Yards, aunque esta tercera sección se topa con un obstáculo: a diferencia de los terrenos anteriores, que pertenecían a la ciudad de Nueva York, ese último tercio de la línea es propiedad privada y pende sobre él la intención de construir una zona residencial y comercial que, dicen los propietarios, respetaría las antiguas vías aunque demolería una parte de las mismas sobre la Avenida 10. Ante esta amenaza, los Amigos de la High Line están haciendo campaña para conseguir que las vías se mantengan íntegras, en una zona que además tiene las vistas más impresionantes sobre el río Hudson, el Empire State y los demás edificios del Midtown

La zona fue adquirida por el Departamento de Parques y Recreación de Nueva York y la segunda Fase ha sido inaugurada hace pocos días (8 de junio de 2011) con bombos y platillos. Se espera que se convierta muy pronto en un destino popular para turistas y neoyorquinos.

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EL MOBILIARIO
Todos los muebles del parque son obra de la diseñadora y paisajista Lisa Switkin. La madera de ipe brasileña usada para las bancas y el anfiteatro fue elegida por su longevidad, y traída de un bosque certificado por el Forest Stewardship Council que asegura una correcta utilización de los recursos naturales.

EL RECICLAJE URBANO

El concepto del parque se basa en la reutilización de espacios, siguiendo la tradición de no destruir nada que pueda servir en el futuro —en Estados Unidos existe de hecho un movimiento llamado Rails to Trails (www.railstotrails.org), que busca convertir todas las antiguas vías ferroviarias abandonadas en espacios públicos de recreación.

En el caso de la High Line, el equipo de arquitectos se inspiró en la belleza melancólica y sin reglas de la abandonada High Line, donde la naturaleza renacía entre los agujeros de una zona postindustrial. Es lo que han bautizado como “agri-tectura”, que no es otra cosa que integrar el espacio natural en la obra del hombre. En la práctica, eso supone la combinación de senderos de cemento con plataformas de madera y un entorno de vegetación natural, todo ello manteniendo los rieles en su ubicación original. Así, puede verse gente leyendo, dibujando, escribiendo y pintando, sentados sobre bancas de madera que parecen crecer directamente de las vías; o bien tomando el sol, comiendo y paseando sobre placas de cemento estrechas y alargadas que en los extremos se abren, se levantan y separan como rieles en cuyos recovecos y entresijos crecen las plantas a imitación de la vegetación salvaje que intenta recuperar su espacio perdido.

High Line Design Video

A four-minute fly-through animation of the design for Sections 1 and 2. This video was made possible by the Trust for Architectural Easements, and was produced by Brooklyn Digital Foundry.

EL MOMENTO
La tarde, para ver cambiar los colores del cielo y del río Hudson mientras uno descansa en una de las tumbonas que asemejan un montón de listones de madera amontonados unos sobre otros, algunos de los cuales tienen ruedas para desplazarse lateralmente sobre los rieles. Y poco a poco dejar que el día anochezca y, ahora sí, más que en ningún otro momento, sentir el parque flotar sobre la ciudad que estalla en luces allá abajo.
LA TRANSFORMACIÓN
En enero de 2006 comenzó la construcción de la sección 1, para la cual hubo que retirar la estructura original: los rieles, la tierra, las bases de cemento; con el fin de asegurar y reparar concienzudamente toda la estructura sobre la que se asentaría el parque, y añadir impermeabilización al acero y cemento, y un sistema de drenaje que el antiguo uso de las vías no precisaba.

Cada tramo de vías fue minuciosamente asentado en un mapa, de modo que posteriormente cada riel se colocó en su emplazamiento original. Una vez finalizada esa fase, se añadieron los senderos de cemento, las bancas de madera, el anfiteatro con la enorme cristalera directamente sobre el asfalto de la avenida, las tumbonas para contemplar el río y, por último, se inició el cultivo de árboles, arbustos, césped y flores.
NATURALEZA VIVA
El cultivo de los 210 tipos diferentes de plantas comenzó en otoño de 2008, con especies perennes que necesitan menos mantenimiento y lucen mejor en todas las estaciones. El paisaje, diseñado por Piet Oudolf —autor entre otros del Battery Park—, se inspira en las plantas que crecieron en los rieles elevados y sus alrededores durante los 25 años en que las vías estuvieron en desuso.

Las especies elegidas para repoblar el parque, traídas de viveros ubicados a lo largo de toda la Costa Este, lo fueron por su sostenibilidad, aguante, belleza, textura y colorido, y muchas son las que crecían naturalmente en los rieles: el Koelreuteria paniculata (jabonero de China o árbol de los farolillos), por ejemplo, fue el primer árbol que se eligió en Long Island para las entradas del parque. Los ejemplares se plantaron muy jóvenes para que se fueran aclimatando a las nuevas condiciones. También se encuentra la sasafrás, que tiene tres formas diferentes de hojas dependiendo de la edad del ejemplar. Otras especies son Chaenomeles speciosa (árbol del membrillo), Amelanchier laevis (guillomo), Sumac (rhus), una de las especies que crece naturalmente en la High Line, Cornus sanguinea (cornejo), Cotinus coggygria (árbol de las pelucas), Ilex verticillata (hiedra) y Quercus macrocarpa (encino).

Entre las plantas que florecen se encuentran la fragante Viburnum bodnantense (viburnum), los despuntes lavanda de la Crocus tomasinianus (rubí gigante), o la Hamamelis intermedia (hamamelis), una de las primeras en florecer.

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LA MARCA
El High Line Park fue pensado para los vecinos del barrio y neoyorquinos en general, aunque en el siglo xxi todo sucede a la velocidad de los nuevos trenes. El antiguo barrio industrial y matadero de ganado se convirtió en el inter en el lugar de moda. The New York Times comentaba recientemente que las vías han creado un parque que ha creado un barrio que ha creado una marca: ahora es posible comprar un condominio en el High Line Building, comer en el delicado High Line Thai Restaurant, bailar en el High Line Ballroom y celebrar en el High Line Festival. La belleza melancólica del pasado se pierde entre boutiques y limusinas en el Meatpacking District.
EL ARTE
En un barrio como Chelsea, lleno de galerías y talleres, el parque quiere mantener el contacto con la comunidad acogiendo instalaciones artísticas como la de Spencer Finch, titulada The River Flows both Ways. Aprovechando docenas de pequeñas ventanas de la estructura original, Finch coloca paneles de cristal que representan las diferentes condiciones del agua del río Hudson, estudiadas a través de la toma de más de 700 fotografías. Como el agua del río, la obra cambia según las condiciones del día, por la incidencia de la luz sobre los cristales.
LOS SOÑADORES DE NUEVA YORK
Joshua David (periodista, 42 años) y Robert Hammond (pintor, 37 años) son los fundadores de Friends of the High Line, la asociación que ha conseguido salvar este enclave de la demolición. Ambos vecinos del barrio, consideraban la High Line una escultura industrial-chic suspendida en el cielo en el barrio de Chelsea, lleno de galerías y talleres. Se conocieron en una reunión informal de personas interesadas en salvar esta joya y decidieron formar la asociación. Fue una época de mucho esfuerzo, entrevistas con políticos y dedicación a una campaña a la que poco a poco se fueron sumando neoyorquinos anónimos y otros famosos como el actor Edward Norton, que se convirtió en la cara mediática del proyecto. Cuando comenzaron a explicar su idea de convertir las vías abandonadas en un espacio público, lo primero que les respondieron fue: “Es bonito que todavía queden soñadores en Nueva York”.
LOS CONTRASTES
Las parejas acarameladas se sientan en las bancas de madera entre flores coloridas y perfumadas a contemplar las naves industriales y antiguas fábricas. Aunque si uno se asoma a la baranda, esos edificios que parecen a punto de desplomarse, albergan en la planta baja un bistró o un mercado gourmet o una boutique de Stella McCartney o Helmut Lang. Durante unos minutos el viento juega entre las ramas y hojas, y todo el parque suena a bosque tormentoso, y unos segundos después amaina el viento, y el parque se llena de nuevo con los cláxones de los camiones en las avenidas y los taladros y grúas del barrio en reconstrucción.

El efecto de crecimiento natural de vegetación salvaje entre las vías está muy bien logrado, lo que contrasta aún más con el moderno diseño de bancos, fuentes y focos de iluminación. En la noche, la luz, muy sutil, proviene de farolas de bajo consumo de energía ubicadas a la altura del paseante, lo que da sensación de seguridad y, al mismo tiempo, permite una contemplación realista del espectáculo de luces de una ciudad donde
los estacionamientos abiertos de varios pisos compiten con las terrazas-solarium con sombrillas, el pequeño anuncio del oscuro car wash bajo los anuncios gigantes y luminosos de Emporio Armani o Calvin Klein. Y algunos visitantes que se sientan en el anfiteatro a ver pasar los taxis amarillos y camiones repartidores a toda velocidad. Paradojas de Manhattan: ir al parque flotante para ver el estrés de la ciudad.

Fuentes:

http://www.thehighline.org/

http://en.wikipedia.org/wiki/High_Line_%28New_York_City%29

Teorías para la revolución urbana (1)

revolucion

A partir de los años noventa Ascher se convierte en uno de los ‘pensadores’ sobre la ciudad más
conocido e influyente, en Francia y en los medios intelectuales y profesionales de los
países europeos y americanos. Acuñando conceptos como metápolis, sociedad hipertexto  e hipermodernidad, de los que este último quizás sea el de más amplio alcance y  que engloba a los anteriores. Ascher propone una serie de herramientas conceptuales  para observar la sociedad actual y su cultura desde una perspectiva novedosa y que se  hace cargo de las más recientes teorías del campo. El análisis sobre la tercera revolución urbana moderna, la que sucede a la ciudad del renacimiento y a la urbe metropolitana de la Revolución Industrial es la metápolis o ciudad de lugares y flujos actual, se ha convertido en una clave indispensable para el análisis de la sociedad del siglo XXI.

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INTRODUCCIÓN DE ACUPUNTURA URBANA (Jaime Lerner)
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Siempre tuve la ilusión y la esperanza de que con un pinchazo de aguja sería posible curar
las enfermedades. El principio de recuperar la energía de un punto enfermo o cansado pormedio
de un simple pinchazo tiene que ver con la revitalización de ese punto y del área que hay a su
alrededor.
Creo que podemos y debemos aplicar algunas “magias” de la medicina a las ciudades,
pues muchas están enfermas, algunas casi en estado terminal. Del mismo modo en que la
medicina necesita la interacción entre el médico y el paciente, en el urbanismo también es
necesario hacer que la ciudad reaccione. Tocar un área de tal modo que pueda ayudar a curar,
mejorar, crear reacciones positivas y en cadena. Es necesario intervenir para revitalizar, hacer
que el organismo trabaje de otro modo. […]

LOS COREANOS EN NUEVA YORK (Jaime Lerner)
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La acupuntura urbana no siempre se traduce en obras. En algunos casos, basta con
introducir una nueva costumbre, un nuevo hábito, que crea las condiciones necesarias para que
se dé la transformación. Muchas veces, una intervención humana, sin que se planee o realice
ninguna obra material, acaba siendo una acupuntura.
Suelo decir que Nueva York debería levantar un monumento al coreano desconocido. Los
integrantes de este pueblo prestan un servicio extraordinario a la ciudad con sus “grocery
stores”, sus “deli stores”, abiertos 24 horas. Estas tiendas garantizan no sólo el abastecimiento,
sino también animan cualquier parte de la ciudad. Hay gente, luz, las personas se encuentran
cuando van a hacer sus pequeñas compras. Todo eso genera más seguridad en la zona.

NO HACER NADA, CON URGENCIA (Jaime Lerner)
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En mi primera legislatura como alcalde de Curitiba, una de las primeras decisiones que
tuve que tomar fue cuando recibí una solicitud de una asociación de vecinos que pedía algo muy
extraño: que el Ayuntamiento no hiciera nada en aquella vecindad.
[…] El ayuntamiento estaba realizando obras en la zona y la preocupación de los vecinos era que
las máquinas acabarían cubriendo un pequeño manantial.
Mi despacho fue lacónico, pero decisivo: “No hacer nada, con urgencia”…

GENEROSIDAD URBANA (Jaime Lerner)
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[…] la generosidad urbana es imprescindible en la vida de la ciudad…
En Maripá, una pequeña ciudad del oeste del Estado de Paraná, el Ayuntamiento plantó
orquídeas en las calles. Las flores eran tan bonitas que la población devolvió el detalle del
Gobierno con otro detalle urbano: nadie toca las orquídeas.
En Roma, sucedió otra bella historia de generosidad urbana que me contó Domenico de Masi, un
gran amigo. Todos los viernes, un grupo de vecinos de un edificio de la ciudad organiza una
exposición de un cuadro en el ascensor del edificio. Subes y vas admirando la obra. Pero la
generosidad no acaba aquí: bajas por las escaleras y vas tocando el timbre de los pisos. Cada
habitante y su familia hablan del cuadro, cuentan historias del artista, te ofrecen café. Cada
semana el cuadro cambia, con el artista. Esta generosidad urbana es realmente hermosa.
[…] Mi yerno Bas me contó la historia de los “jardines flotantes de los limpiadores de ventanas de
edificios” de Nueva York. Un arquitecto tuvo la idea de poner cajas con plantas y flores en las
plataformas que se usan para limpiar los cristales; de esta manera, quedarían “estacionadas” y se
convertirían en jardines flotantes frente a los apartamentos. Un detalle inolvidable de
generosidad.

CONTINUIDAD ES VIDA (Jaime Lerner)
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Muchos de los grandes problemas urbanos se dan por falta de continuidad. El vacío de una
región sin actividad o sin habitantes se puede sumar al vacío de las tierras baldías…
También es importante incluir la función que falta en determinada región. Si sólo existe la
actividad económica y falta gente, es esencial incentivar a la gente para que la habite. Si lo que
ocurre es que falta actividad, es importante incentivar los servicios.
Si un terreno se va quedando vacío, hay que traer alguna cosa a ese lugar. Hace algunos
años, al sentir que algunos cafés, que eran verdaderos puntos de encuentro, iban
desapareciendo, instalamos en el área peatonal de Curitiba un café provisional.
Cuando un lugar está vacío, tiene que llenarse inmediatamente, preferiblemente con
alguna actividad de animación. E incluso instalando estructuras provisionales para consolidar
algunas actividades hasta que surjan nuevos proyectos. Es la acupuntura de la creación de
nuevas estructuras mediante la instalación de estructuras portátiles que se puedan colocar en un
lugar para garantizar vida, para revitalizar una región, generando así la función urbana que falta.
Si falta actividad. Si faltan lugares de ocio nocturno, se monta una estructura de ocio. Si,
por otro lado, faltan residencias, se traen residencias. Pero todo eso rápidamente, casi
instantáneamente.

UN BUEN RECICLAJE (Jaime Lerner)
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Cada ciudad tiene su historia, sus puntos de referencia […] Me refiero, principalmente, a
los lugares que pertenecen a la memoria de la ciudad y que son puntos fundamentales de su
identidad, del sentimiento de pertenecer a una ciudad. Ya sea una fábrica, una parada del antiguo
tranvía o una de aquellas tiendas de comestibles que lo tenían todo ingenuamente expuesto.
Pero como ya no se pueden recuperar esos espacios ni las antiguas actividades, tenemos
que encontrar nuevos usos, nuevas actividades que den vida a la ciudad. No hay nada que guste
más a una vecindad, incluso a una población entera, que la reutilización de uno de esos espacios.

GENTE EN LA CALLE (Jaime Lerner)
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A veces, me quedo observando cómo una gota de miel va reuniendo a las hormigas a su
alrededor. O cómo, en un bar o una tienda de un barrio muy pobre, la luz y la animación atraen a
las personas. Pero, sobre todo, son las personas que atraen a las personas. El ser humano es
actor y espectador de este espectáculo diario que es la ciudad.
Una buena acupuntura es ayudar a sacar gente a la calle, a crear puntos de encuentro
y,principalmente, hacer que cada función urbana canalice el encuentro de las personas. Una
terminal de transporte, por ejemplo, no hace falta que parezca una estación de autobuses.
También puede ser un buen punto de encuentro…
Cuanto más se conciba una ciudad como una integración de funciones, de clases sociales,
de edad, más encuentros, más vida tendrá. El diseño del espacio público es importante.

COLESTEROL URBANO (Jaime Lerner)
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…El colesterol urbano es la acumulación en nuestras venas y arterias del uso excesivo del
automóvil. Eso afecta al organismo y hasta a la mente de las personas. Enseguida creen que todo
se resuelve con el coche. Entonces preparan la ciudad sólo para el automóvil.Viaductos,
autovías… y las emisiones de gases de vehículos.
La solución: usar menos el coche, evitar su uso cuando haya una buena alternativa de
transporte público en los itinerarios habituales.
[…] Pero concebir la ciudad en función del automóvil es realmente un problema. El hipermercado
de las afueras favorece la falta de ejercicio e impide caminar por la ciudad.
Por otra parte, separar las funciones urbanas –es decir, vivir aquí, trabajar allí y tener
actividades de ocio en otro lugar provoca un desperdicio de energía. La consecuencia es el
aumento de presión por el congestionamiento, por el tiempo que se pierde, por la contaminación,
por el estrés.

MERCADOS (Jaime Lerner)
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¿Por qué será que los mercados atraen tanto a la gente? Hay muchas explicaciones
posibles: a la gente le gusta ver más gente, el mercado es tan antiguo como la ciudad, a la gente
le gusta ver a los demás haciendo lo mismo que hacen, o les gusta ver comida, o cómo la
preparan, o la sirven.
Con la modernización de las ciudades, con la globalización, empezamos a recibir y
comprar cosas con demasiados envoltorios, demasiado preparadas, en espacios con demasiados
acabados. Ya no vemos las cosas en su estado original. Por eso la nostalgia de ver productos,
frutas, verduras, carnes, pescados en estado natural nos atrae.
[…] Todos nos cansamos de ver las cosas demasiado iguales, un centro comercial normal nos
excluye de la ciudad, con sus tiendas tan iguales hasta el punto de que no sabes en que ciudad
estás.

UNA BARRA DE BAR (Jaime Lerner)
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[…] Los españoles suelen decir que es imprescindible tener una buena barra.
Es importante en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo. Desde el antiguo
almacén, donde se compraban las cosas de casa, y se aprovechaba el mostrador para una buena
conversación, o un pequeño aperitivo antes de llegar a casa, a los sofisticados bares de los happy
hours de las grandes ciudades.
Pequeño, grande, redondo, lo más importante, además del producto, de la bebida y de la
comida, es la tolerancia y la comprensión del barman. Tanto en las champañerías de Barcelona
hasta los Irish Pubs de Nueva York, o en los baretos de Río, todos tienen que tener ese
sentimiento de solidaridad. La paciencia de escuchar historias repetitivas, que ya no aguantan en
casa.

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BUENOS AIRES Y LA TEORÍA DEL “NO LUGAR” (Luis J. Grssman)
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En un trabajo titulado “Espacio y alteridad”, el teórico francés Marc Augé plantea un
concepto novedoso que puede resultar muy útil a la hora de revisar y calificar los espacios
arquitectónicos urbanos.
Se trata del “no-lugar” […]
Para aclarar muy en síntesis la idea de Augé puede decirse que son “no-lugares” aquellos
sitios en los cuales el usuario no encuentra relación alguna de historia, de pertenencia o afectiva.
Así, desde una cabina telefónica a una autopista, desde una estación de subterráneo a un
aeropuerto, desde un shopping centre a una estación de servicio, estamos ante casos típicos de
“no-lugar”.
Esta denominación no implica necesariamente un juicio negativo: es razonable que una
ciudad contenga lugares y no-lugares (apropiándonos ya del rótulo de Augé), pero hay que
reivindicar para la calle –esa pieza básica del diseño urbano- la categoría de auténtico lugar,
porque contiene los ingredientes aludidos más arriba en diferentes niveles (historia, pertenencia
y, en muchos casos, afecto), aunque desde hace tanto tiempo ha sido tan maltratado. Y al
respecto viene a la memoria el caso del Pasaje Seaver y la autopista 9 de Julio.
Como el Pasaje Seaver pertenece ya al registro de los memoriosos, habrá que recordar
una hermosas escalinata que bajaba desde la calle Posadas, se recorría después de una cuadra
para llegar a la avenida del Libertador. Esa cuadra era el pasaje al que me refiero, con un clima
especial, casi provinciano, por la calma y las proporciones de los edificios que lo flanqueaban,
donde jugaban los chicos de los alrededores a salvo de los peligros del tránsito de las arterias
céntricas.
Nadie discutiría, pues, que el Pasaje Seaver era un auténtico lugar situado entre el Socorro
y la Recoleta, un sitio en el que se ubicaban ateliers de pintores y fotógrafos notables junto con
escritores y periodistas.
En esa ubicación hay ahora una estación de servicio (no-lugar) instalada debajo de una
autopista (no-lugar). No se vea en estas líneas un tono meramente nostálgico, pero lo que la
ciudad no hace (y ese es el núcleo de esta nota) es crear las condiciones de existencia y
realización del hombre urbano.
Para eso deberían mejorarse las cualidades de uso y mantenimiento de los espacios, lo que
comienza por las calles y plazas.
[…] ¿Qué obra hizo Buenos Aires para crear las condiciones de existencia y realización del
hombre urbano?
Porque ni Florida ni Lavalle pueden entrar en lo que se da en llamar “áreas peatonales”,
son simples corredores para el movimiento de peatones que carecen de lugares para sentarse,
estar o encontrarse, para reposar o detenerse. En Buenos Aires nadie puede sentarse en la calle
a menos que tenga dinero para pagar un café u otro berbaje.
Quizá se entienda ahora un poco mejor a quéme refiero cuando hablo de “lugarizar” la
ciudad.
ACERCA DEL PROBLEMA DEL TRÁNSITO (Luis J. Grssman)
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[…] Aumentar la cantidad de estacionamientos subterráneos parece ser una de las
prioridades en la escala de valores de la máxima autoridad municipal, y eso motiva nuestra
alarma.
[…] más que emprender líneas claras y definidas encaminadas al mejoramiento del
transporte colectivo y marcar esta tendencia, se vuelve al recurrente argumento de aumentar los
estacionamientos subterráneos en la zona céntrica.
Si el objetivo es mejorar las condiciones de vida de la ciudad, incentivar el acceso de
automovilistas puede resultar un factor regresivo.
[Jan] Ghel relató una historia contada en los Estados Unidos que es, me parece, muy
ilustrativa a propósito del asunto que intentamos exponer. Un señor, al comprobar que un zorrino
se introdujo en el sótano de su casa, llama a un amigo para pedir su consejo y desembarazarse de
esa pestilente presencia. El amigo le sugiere esperar a la noche y colocar una hilera de trocitos
de pan en dirección al bosque vecino: de esa manera, el zorrino volvería allí de donde había
venido. Así lo hizo el protagonista de la historia y, a la mañana siguiente, el intruso se había
marchado. La sorpresa fue que esa noche no había un zorrino en el sótano: había dos.

VOLVER AL BARRIO (Luis J. Grssman)
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Quizá sea esta ocasión propicia para discutir acerca de un asunto que merece más
atención: la pérdida de identidad de los barrios y la imprescindible recuperación –por parte de
sus residentes- del sentido de pertenencia sobre su terruño.
[…] El intendente de Córdoba, Rubén A. Martí, en un programa de “desconcentracióndescentralización” de su ciudad, impulsó las obras para construir diez centros de participación comunal en otros tantos sectores de la capital cordobesa. Ya se inauguraron los centros Argüello y América, proyectados y dirigidos por el arquitecto Miguel Ángel Roca. Hay cuatro centros en construcción y su programa establece como propósito esencial mejorar la calidad de atención a los vecinos usuarios; fortalecer y perfeccionar la democracia a través del impulso de la
participación ciudadana, fortalecer la capacidad de decisión, lograr equidad y eficacia en la
gestión municipal, modernizando y desburocratizando su funcionamiento, y promover nuevos
polos de desarrollo económico a la vez que se descongestiona el centro de la ciudad y se apoya
su sustentabilidad ambiental. El fin último de estos enunciados de la Intendencia cordobesa es –
aunque para algunos resulta obvio- mejorar la calidad de vida de los habitantes.
[…] León krier opina al respecto que “todas las cosas que uno necesita (se refiere al
abastecimiento, servicios, cultura) deberían estar a 10 minutos de caminata” de nuestra casa.
Esto significa que un barrio deberá contar con estas facilidades y con las gratificaciones
sensoriales que llenen de placer el trayecto de esos diez minutos…

MÁS ACERCA DEL NO-LUGAR (Luis J. Grssman)
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Me parece pertinente recordar en forma acotada algunas precisiones de Augé´en cuanto a
este tema [no-lugar]: “Si un lugar puede definirse –afirma el pensador francés- como lugar de
identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad
no como relacional ni como histórico, definirá un no-lugar”.
Como hay que cuidarse de las claves estereotipadas, conviene puntualizar que las
distinción de Augé sirve para que arquitectos y urbanistas verifiquen la índole de los recintos que
proponen para el uso de la gente.
En tal sentido, los no-lugares son un producto de la homogenización de las necesidades y
los comportamientos de consumo del mundo contemporáneo. Como tales, no pueden ser
repudiados, pero cabe prevenir su avance indiscriminado en detrimento de los lugares
antropológicos imprescindibles para la gratificación de los seres humanos.
Porque en el mar de incertidumbres en el que uno se mueve hay algunas pocas certezas, y
una de ellas afirma que la ciudad debería posibilitar el disfrute vital de sus habitantes.

PEATONES DEL MUNDO, ¡UNÍOS! (Luis J. Grssman)
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Los que lo vieron difícilmente pueden olvidarlo. Era un dibujo animado de Walt Disney, que
ubico aproximadamente en la década del cincuenta, en el que su personaje Dippy (hoy Goofie)
sufría una transformación a lo Jeckill y Hyde cuando subía a su automóvil y empuñaba el volante.
Los ojos se le inyectaban en sangre, su ánimo se enardecía y comenzaba a arremeter contra los
peatones entre gritos e insultos. Olvidaba Dippy que pocos minutos antes él mismo pertenecía al
grupo de caminantes que ahora lo enfurecía.
El fenómeno tan gráficamente descrito en la caricatura sucede todos los días con un
agravante: en los años transcurridos desde la fecha del filme de marras, nuestra sociedad ha
subestimado progresivamente la noción de lo peatonal, al extremo de que hoy muchos no sabrían
de qué lado se ubica el doctor Jeckill (el bueno), si el del viandante o el del conductor.
La condición peatonal es esencial en las definiciones genéricas de los seres humanos. Vale
decir –aunque pueda parecer demasiado obvio- que somos antes que nada caminantes. Y
después, mucho después, ecuestre, carreros, ciclistas, motociclistas, automovilistas, acuanautas
y aeronautas. Con el tiempo, y dentro de la cultura urbana de este siglo, aquella condición
esencial fue subordinada al avance de los vehículos tripulados.

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E.P.C.O.T. (Experimental Prototype Comunity of Tomorrow)
Así es como se ha llamado al proyecto inmobiliario de Disneyworld, la ciudad del mañana como proyecto experimental que por eos mismo se convierte en real, experimentable. La ciudad de las imagenes y de lo real se entremezclan y se diluyen en este paraiso dedicado al sueño. Todo esta previsto para el juego, todo esta previsto para generar una burbuja que nos separe del exterior del parque, de lo real y así zambullirnos en un mundo hiper-real de imagenes ya contextualizadas porque de alguna manera ya ha existían en nuestra fantasía. Un mundo hecho a imagen de nuestros sueños y de nuestros deseos.
"El visitante de Disneyland es la versión actualizada del flâneur adaptado a un mundo prefabricado: el flâneur del segundo Imperio veía solo aquello que miraba, el nuevo flâneur ve sólo lo que le hacen mirar"
"Toda la ciudad histórica se transforma en un parque temático dedicado a su majestad el consumidor"
LA CIUDAD POSTMODERA_ Giandomenico Amendola

CÓMO GESTIONAR LAS CIUDADES DEL SIGLO XXI
GILDO SEISDEDOS
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PANORAMA DE LA CIUDAD POSTMODERNA (Gildo Seisdedos)
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Es difícil llegar a una conclusión respecto a la característica dominante de la ciudad
postmoderna. Puestos a extraer una, quizás sea que, frente a la presión de la globalización,
abandona su elemento salvador: la disciplina urbanística, la razón como bandera, el pensar antes
que actuar. El fenómeno de la urbanización cambia de vector organizador y pasa a ser dirigido
por el mercado.
El instinto natural de la ciudad medieval fue sustituido por la razón en la ciudad industrial.
Ahora es la economía la que se pone al frente de la ciudad postmoderna.
A ello sin duda no es ajeno el fenómeno de la globalización, que da preeminencia a la
economía respecto a la política.
El proceso de urbanización pasa a ser gestionado desde una perspectiva más económica
(como un sector más de la economía) y menos desde su dimensión social y política.
La ciudad recibe el impacto de la globalización cediendo y deformándose, como lo hace un
automóvil ante un impacto directo. Hasta ahora no ha habido airbags que salten, no ha habido
reacción: simplemente se ha transformado en un amasijo de hierros en el que cuesta conocer el
flamante coche primigenio.
La conversión del suelo en un puro factor de producción se ha revelado especialmente
peligroso. La globalización económica sobre el espacio urbano revela en su plenitud los demonios
del mercado y enmascaran la mayor parte de sus indudables virtudes. Keynes decía que las
reglas de la economía de mercado no podían ser aplicadas a este sector al ser cada ubicación
única, lo que dificulta la aplicación del concepto de mercado a la ciudad. Y tenía razón.
¿Cuáles son los principales rasgos que caracterizan esta ciudad? Desde una dimensión
física, el principal rasgo emergente de las ciudades es la dispersión; en el océano del urban
sprawl, la concentración y la mezcla de usos se disuelven y desaparecen.
En primer lugar, la ciudad se hace menos densa, ocupa más espacio: se populariza el
modelo de ciudad basado en la urbanización. Es la cultura del adosado, del chalet.
Desaparece la diferencia entre campo y ciudad. El campo se llena de edificaciones: los
tiempos en que las ciudades terminaban de manera abrupta con un cartel atravesado por una
franja roja diagonal ha terminado. Hoy en día, lo urbano es un continuum de casas y edificaciones
que no parecen terminar nunca. Paralelamente a las vías de comunicación se suceden
urbanizaciones de baja densidad alternadas con centros comerciales durante kilómetros y
kilómetros.
La costa y las zonas de alto valor ecológico como montañas, bosques o riberas fluviales
son las ubicaciones más atractivas para las segundas residencias, que crecen siguiendo a pies
juntillas este modelo urbanístico.
También las viviendas de los más desfavorecidos (villas miserias, slums, favelas,
bidonvilles o guetos) adoptan formas urbanísticas de baja densidad con edificaciones de baja
altura y muy intensivas en ocupación del territorio.
Curiosamente, en todos los casos, el espacio público con la única salvedad del comercial,
brilla por su ausencia.
En segundo lugar, el modelo emergente reduce la interrelación entre ciudadanos y se
incrementa la zonificación de la ciudad. Al perder densidad, la ciudad pierde ese contacto diario
que la hacía prosperar. Olvida esa mezcla de uso que es la fuente de su prosperidad. Al
incrementarse las distancias, cada grupo social vive en una parte de la ciudad. Dime donde vives
y te diré quién eres.
Cada barrio lleva indisolublemente tatuados en su ADN una serie de indicadores (étnicos,
de nivel de renta, de fracaso escolar, de criminalidad) que influyen de una manera
angustiosamente determinista en el futuro de sus habitantes. Sólo cruzar una avenida y la
realidad social no tiene nada que ver.
Little Italy o Chinatown son las primeras e inocentes manifestaciones folclóricas de este
fenómeno.
“La hoguera de las vanidades” de Tom Wolfe es pionera en relatar una escena recurrente
en el cine y la literatura actuales. Es la más asequible de las pesadillas urbanas. Todos la hemos
experimentado alguna vez: quizás por eso es tan potente. Terminas de cenar en un restaurante
sofisticado. Una confusión al volante del coche y nos perdemos. En un abrir y cerrar de ojos, un
panorama de hogueras en las calles y amenazantes transeúntes nos rodea. De repente, la jungla.
De repente, matar o morir. De repente, a luchar por tu vida.
La ciudad se fragmenta urbanística y socialmente.
Hay zonas de la ciudad en las que ni la policía se atreve a entrar, en las que la civilización
no está presente.
También las zonas más favorecidas se aíslan. Agentes privados garantizan la seguridad
privada. Incluso el viario deja de ser accesible para todos. Aparecen calles privadas…
Hasta el sistema productivo se agrupa especialmente. Vuelven los gremios. La ciudad
financiera, la ciudad de la imagen, la ciudad de las telecomunicaciones, la ciudad de las artes, la
ciudad de la moda, la ciudad de la ciencia…
Hay poca literatura sobre el impacto de este tipo de concentraciones sobre la industria que
allí se enroca. Sin duda, es un buen negocio vender todas las sedes ubicadas en el centro y
construir nuevas, modernas y equipadas instalaciones en la periferia. Pero aún está por ver el
efecto sobre la creatividad, la innovación y la atracción y retención del talento que tienen este
tipo de operaciones urbanísticas.
La ciudad originaria queda rodeada, abrumada, sitiada por la nueva ciudad postmoderna, y
agoniza de dos maneras.
Unas veces, degenera. Se degrada. Es el downtown norteamericano. Es la inner town
asociada a la pobreza y decadencia, donde es mejor no estar cuando cae el sol y las oficinas, que
son las que sostienen el distrito, cierran.
Otras veces, gracias normalmente a la inversión pública, su bello cadáver es embalsamado
con técnicas de conservación del patrimonio histórico. Es el modelo europeo. Su belleza atrae al
turismo y, en consecuencia, al comercio al sector turismo. No hay servicios urbanos de calidad ni
espacios públicos amplios y nunca los habrá: no hay sitio. Vivir en el centro es prohibitivo: el
suelo se encarece por la competencia por el uso del espacio de negocios y comercio. Sólo los
más ricos, hidalgos, la “gentry” viven allí. La ciudad, por tanto, se gentrifica, se momifica.
Parafraseando a Sid Vicius, la ciudad vive rápida, muere joven y deja un cadáver bonito.
Vuelven las murallas a la ciudad aunque, esta vez, las murallas están dentro de la propia
ciudad.
Otra consecuencia de esta madre de todos los desastres que es el “urban sprawn” es el
colapsso de la conectividad, sobre todo dentro de la ciudad: crisis de la movilidad.
La ciudad medieval era móvil porque estaba diseñada a escala humana. Todavía “El ladrón
de bicicletas” de Vittorio de Sica nos relata una Roma de 1948 abarcable, fácil de recorrer de un
extremo a otro a toda velocidad.
La ciudad industrial, en tanto que densa y planificada, tenía el aparato cardiovascular de
un corredor de maratón. Tenía el cuerpo fibroso y musculado y, como sabemos, el músculo
consume más energía que la grasa y ocupa menos espacio.
Pero, la ciudad postindustrial engorda a un ritmo alarmante por dieta hipercalórica en la
que la proteína del desarrollo económico ocupa la mayoría de su pirámide nutricional. Le crecen
gigantescos michelines en forma de interminables urbanizaciones periféricas de baja densidad.
La ciudad es presa de la obesidad, de una obesidad mórbida.
La ciudad compacta podía esperar que el transporte público solucionase sus problemas de
movilidad en un porcentaje elevado.
Pero la ciudad difusa, no. Es imposible diseñar un sistema de transporte público eficiente
con densidades como las de Los Angeles. O como las de los desarrollos difusos que rodean
nuestras ciudades. Tan imposible que, de hecho, carecen de transporte público. La ciudad
postmoderna necesita transporte privado: no puede vivir sin él. Es adicta al automóvil, que es el
que disfruta del mayor porcentaje del espacio público. El automóvil ha conquistado la ciudad.
En aras de mejorar la movilidad las plazas se transforman en glorietas y en aparcamientos;
los bulevares, en avenidas.
Las cosas no parecen mejorar. Pero nos da igual: seguimos tratando de abordar el
problema desde las infraestructuras, dandomás espacio al vehículo privado. A una ronda de
circunvalación sigue otra más exterior, y a esta, otra. Las operaciones de bypass fracasan una
tras otra. El paciente no mejora. La arterioesclerosis progresa. La ciudad entera está,
metafóricamente y literalmente, al borde del infarto mientras, cada mañana, trata de acceder a su
lugar de trabajo en una hilera interminable y angustiosa.
Lo que hemos visto hasta ahora son consecuencias molestas para los ciudadanos que
surgen de una ciudad que crece sin planificación acertada, que crece desde un modelo en el que
el vector preponderante es la rentabilidad económica.
La cultura de la urbanización difusa, la idea de vivir en el campo a un paso de la ciudad, es
una buena idea para convertir terrenos próximos a las ciudades, con un suelo más barato, en
zonas residenciales.
Sobre todo cuando estos nuevos desarrollos juegan con el concepto de externalidad
negativa con el que iniciábamos el capítulo. La vivienda es, aparentemente, más barata en la
periferia. Eso sí, el coste del transporte va a ser mucho más elevado al tener que ser
necesariamente privado y no colectivo, particular y no público. Todo ello sin contar con el tiempo
perdido en los atascos. O con su impacto sobre la calidad del aire y su traducción en morbilidad y
mortalidad.
Estos costes se generan para que los agentes urbanizadores obtengan algún beneficio del
que los habitantes sólo sufren las secuelas. Pero éste no es el único campo en que esto ocurre. Ni
siquiera el más crítico.
Todo esto nos lleva al último de los rasgos de la ciudad postmoderna: su radical
insostenibilidad medioambiental.
No es un tema solamente de un modelo de transporte que hace crecer exponencialmente el
número de trayectos, que satura inevitablemente las infraestructuras. No es sólo una inversión
pública que se dedica a tratar da abordar un problema sin solución. No es únicamente un
esfuerzo inútil, que detrae recursos públicos de otras utilizaciones menos inútiles.
Es un modelo que supone también un mayor consumo de agua y de energía. Los consumos
de agua y de energía derivados de las urbanizaciones en manzana cerrada son infinitamente
inferiores a los necesarios para abastecer de agua, calentar o enfriar la ciudad postmoderna.
La presión de la globalización económica a jugado a transferir las externalidades negativas
hacia los consumidores, hacia los habitantes de esta nueva ciudad en todos los campos.
Otro buen ejemplo es la calidad de la construcción. Sometidos predominantemente a las
fuerzas del mercado, el problema es claro: maximizar el número de metros útiles (que es lo que
vendo) para un número dado de metros cuadrados (que es lo que produzco).
La solución ha sido también obvia. Si quiero generar confort térmico bajo estas premisas,
será mejor que me olvide del viejo entrañable modelo constructivo que jugaba con la masa e
inercia, empleando muros anchos que conservan el calor y el frío.
La nueva lógica lleva a emplear la química (nuevos materiales como espumas o aislantes
que reducen el espesor hasta hacer paredes de papel) y el recurso a la energía en forma de
calefacción o aire acondicionado.
Mejorar la calidad edificativa reduce el coste de mantenimiento pero incrementa el de
construcción. Y, al fin y al cabo, quien va a pagar más en energía y agua va a ser el morador. De
nuevo, the tragedy of the commons.
Se transfieren externalidades hacia los habitantes del a nueva ciudad que deben pagar en
términos de fractura social, movilidad saturada y mayores costes de agua y energía de esta nuevo
estilo de vida aparentemente más barato.
Pero la gran externalidad no tiene que ver con la calidad de la vida. La gran externalidad
negativa, que no podemos pagar colectivamente –aunque sí lo estemos haciendo a título
individual-, es el impacto desastroso sobre el planeta, sobre el medio ambiente, de la adopción a
nivel global de este estilo de vida, más moderno, más aspiracional.
Quizás el modelo postindustrial haya sido el más eficiente en la medida en que ha
maximizado la contribución al PIB del proceso de urbanización.
No obstante, la calidad de vida ha sufrido en el camino, lo que hace necesario establecer
un trade off cuidadoso entre lo ganado (un sector ultradinámico, el motor de las economías
desarrolladas) y lo perdido (zonificación urbana, colapso de la movilidad, etcétera).
Sin embargo, ahora el desafío es mucho mayor: hacer compatible el carácter urbano de la
humanidad con unas ciudades capaces de ser competitivas económicamente, socialmente
solidarias y medioambientalmente sostenibles.

LA TERCERA REVOLUCIÓN URBANA: DECÁLOGO DE TENDENCIAS INEVITABLES (Gildo
Seisdedos)
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La historia de las ciudades se nos muestra que la ciudad ha sido capaz de no sólo de
sobrevivir sino de imponerse. Es más, parece que las crisis de las ciudades son crisis que llegan
fruto del éxito, consecuencia de su extraordinario dinamismo.
Se habla, en palabras del sociólogo urbano Françoise Ascher, de una tercera revolución
urbana para dar respuesta a los cambios en las costumbres de los ciudadanos, en las formas de
las ciudades, en los patrones de transporte, en los equipamientos y servicios públicos
demandados que acabamos de referir.
Las ciudades tienen que dar respuestas adecuadas a los grandes desafíos a que se
enfrentan y hacerlo de manera rápida en un contexto que evoluciona a gran velocidad.
Una serie de tendencias emergen a la hora de analizar hacia dónde va a ir al cosas en el
futuro.
01. Hay una clara convergencia sobre cuáles han de ser los objetivos de la ciudad: generar
riqueza y repartirla de modo que haya cierto equilibrio social entre sus habitantes. Es lo que hoy
denominaríamos incrementar su competitividad (o atractividad) económica y generar cohesión
social.
02. Las colosales dimensiones del proceso de urbanización van a situar en cabeza al último
elemento de la trilogía urbana en llegar: la sostenibilidad. El evidente y acelerado impacto de las
ciudades sobre el planeta va a poner este tercer eje en la primera línea de las agendas.
03. La mezcla de usos del espacio y la diversidad se configuran como uno de los elementos claves
para la lucha fundamental de próximo milenio, que se centra en las tres T de Richard Florida:
talento, tecnología y tolerancia. Proyectos como el de “One Worth” en Singapur van en línea de
que los espacios para la economía creativa son espacios donde lso usos del espacio están
entretejidos, donde viviendas, empresas y centros tecnológicos se mezclan, donde técnicos,
científicos, artistas, diseñadores y marketers comparten un espacio común.
04. La ciudad compacta está de vuelta: es la solución que maximiza la trilogía urbana. La ciudad
de baja densidad es una auténtica calamidad desde todos los puntos de vista y es, además,
insostenible.
Generar una ciudad compacta implica recuperar la disciplina urbanística, implica una más
efectiva regulación de la forma en que se construye la ciudad. El objetivo de esta regulación será
hacer aflorar las externalidades negativas: que pague quien se beneficia y se compense a quien
pierde. Ah, y que se tenga en cuenta el balance global a la hora de tomar decisiones tanto en el
modelo de ciudad (compacta) como en el tipo de edificación (sostenible y de calidad).
05. Para tener legitimidad, este nuevo proceso de desarrollo de las ciudades deberá ir
acompañado de procesos de participación en los que la sociedad de la información está llamada
a desempeñar un papel clave, así como articular servicios sociales que eviten la exclusión.
06. El metabolismo urbano en general, y el agua y la energía en particular, van a experimentar
cambios radicales en los próximos años bajo la presión inexorable de abordar la respuesta al
cambio climático. La iniciativa y la imaginación de las ciudades será el principal motor de la
innovación en este campo.
07. La movilidad es otro de los campos en que las ciudades deberían llevar a cabo una revolución
(dada la insostenibilidad del modelo actual) tanto dentro de las ciudades como a nivel global. Los
cambios no se limitarán a mejoras técnicas en los medios de transporte existentes, sino que
supondrán una transformación del sistema productivo. El encarecimiento de la energía y las
tecnologías de la información reforzarán el papel de las ciudades. La globalización económica
tenderá a retroceder ligeramente en un entorno más intervencionista: la demanda endógena
recuperará parte de su importancia perdida.
08. En la nueva ciudad, el espacio público recuperará su papel central y democrático al ser
reconocida su importancia para generar innovación y creatividad. El principio de especialización
de los espacios es una rigidez intolerable, un lujo que el nuevo escenario no permite. No es
necesario recorrer largas distancias para transformarnos de trabajador a amigo, o de
consumidor en deportista. Ni siquiera es necesario desplazarse físicamente para conocer gentes
y culturas del mundo. El nuevo espacio público es un punto de encuentro y una ventana al mundo.
Para ello precisa de un nuevo diseño en el que las tecnologías de la información están llamadas a
desempeñar un papel fundamental. Vuelve el barrio pero, ahora, abierto al mundo.
09. El desarrollo de esta nueva ciudad ha de ser el fruto del esfuerzo común de gestores urbanos
y sociedad civil. Dentro de ésta última, las empresas poseen el “know how”, la tecnología y los
recursos humanos y financieros de los que muchas veces el sector público carece. Las ciudades
han de emplear el nuevo músculo, el de las empresas, poniéndolo al servicio de la sostenibilidad y
la cohesión social mediante nuevas fórmulas de colaboración público-privada que es necesario
desarrollar. La transformación de la ciuad sólo será posible y rápida si es, además, negocio para
el sector privado.
10. Los cambios rápidos hacen que los gestores municipales deban disponer de herramientas
que les den la información necesaria para tomar decisiones adecuadas y diseñar estrategias
eficaces. La innovación en la gobernabilidad y gestión de las ciudades se vuelve crítica para ser
capaces de convertir nuestras ciudades en nodos de la economía global. Es necesaria una nueva
forma de gestionar las ciudades, una nueva gestión urbana.

CONTRA LA INCONTINENCIA URBANA. RECONSIDERACIÓN MORAL DE LA ARQUITECTUARA Y
LA CIUDAD
ORIOL BOHIGAS
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LA CIUDAD, UN LUGAR (Oriol Bohigas)
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No empezaré con la pedantería de definir qué es la ciudad, entre otras razones porque no
soy partidario de esa clase de definiciones y porque es imposible resumir en pocos rasgos todas
las ciudades y todas las épocas en las cuales la misma ciudad se ha expresado y configurado. Se
me ocurre solamente una característica que parece evidente en todas las circunstancias
territoriales y temporales: la ciudad suele ser el lugar físico y social en el que se producen las
máximas -o quizá mejores- posibilidades de información., de comunicación y de alcanzar
inmediatamente los resultados de esa información. Es decir, además de otras condiciones
esenciales para la vida colectiva, la ciudad es el lugar donde coinciden físicamente más cosas,
donde las cosas se encuentran más a mano y donde la proximidad organizada estructura el
programa de una vida política. No me costaría mucho añadir que esas son precisamente algunas
de las condiciones indispensables para vivir democráticamente, siempre que entendamos por
democracia un sistema político de libertad y, sobre todo, de igualdad de derechos, las
obligaciones y las oportunidades, algo todavía muy distante de lo que hoy se llama “democracia”.
Las últimas conquistas tecnológicas han permitido a algunos geógrafos urbanos,
sociólogos y urbanistas presumir que, para alcanzar esas condiciones, no era necesario que la
ciudad fuera un lugar y que, por tanto, en la civilización actual, la ciudad, tal y como ha estado
configurada a través de la historia, ya no era un escenario indispensable. Las distintas vertientes
telemáticas permitirían unos niveles de comunicación que la podrían sustituir sobradamente, y la
forma de vida más adecuada sería la de la ciudad “sin lugar”, la ciudad difusa, la ciudad informal,
la ciudad establecida solamente por la conjunción virtual de individualidades dispersas. No creo
que esa idea venga solo de las nuevas ofertas tecnológicas: las ideas antiurbanas vienen de muy
lejos y se mantienen en distintas culturas. A finales del siglo XIX y a lo largo del la primera mitad
del XX, hay una larga muestra de propuestas de suburbanización o de antiurbanidad que casi
siempre arrancan de un ideología social progresista pero acaban en el establecimiento de
fórmulas conservadoras que intentan desintegrar la esencia colectiva de la ciudad. Es un
itinerario que viene marcado desde las buenas intenciones del garden cities inglesas hasta el
desquiciamiento de las periferias urbanas, los polígonos y las urbanizaciones cerradas, ofrecidas
a la promoción de las clases medias e incluso de las más adineradas. Hoy, los defensores de la
ciudad difusa lo son por un clara ideología conservadora o porque disfrutan de los beneficios
privados en los procesos especulativos de nuevos terrenos edificables.
Creer que las redes telemáticas pueden sustituir la ciudad es olvidar un aspecto
importante. En la ciudad no solo existen facilidades para encontrar, sino también la de encontrar
sin buscar, utilizando la casualidad, con todos sus entramados e interacciones. La ciudad es a la
vez provocadora y seleccionadora de las casualidades de información y de accesibilidad, y ello
resulta posible porque se trata de una acumulación productiva, de una confluencia incluso
conflictiva; si se quiere, de un auténtico sistema ecológico el cual se incluye la artificialidad de la
cultura y la civilización. Por otra parte, en ese sistema ecológico - utilizando el adjetivo de manera
un poco heterodoxa-, debe haber muchos factores que provienen de una realidad natural,
ciertamente incontrovertible. Nos lo han de decir los antropólogos y los sociólogos, pero, en
principio ¿no creemos que los hombres y las mujeres poseen por naturaleza una condición que
los hace tender al agrupamiento, a las estructuras tribales? Estas estructuras, por razones
culturales -y por los cambios que ha conquistado para ellas la civilización- ya no tienen lugar en
sistemas ecológicos absolutamente naturales y espontáneos, sino que reclaman un entorno
especial que las cohesione y las haga interactuar. La ciudad, quizá más que la nación, es la
culminación de unas nuevas identidades de grupo indispensables para pasar de la vida “bárbara”
a la vida “civilizada”.
Por eso cuando me preguntan cómo será la ciudad del futuro -una pregunta inútil y,
sobretodo, demasiado frívola cuando se incluye en las entrevistas periodísticas-, casi siempre
contesto que será más o menos como la de ahora pero con mejoras y reformas concretas, porque
no puede ser muy diferente. Ser ciudad implica unas condiciones que permanecen y
permanecerán a través de la historia. Lo que puede pasar -y seguramente pasará- es que haya
otras clases de asentamientos humanos y que incluso las ciudades desaparezcan en un
cataclismo de desorden social. Sin embargo, esos nuevos asentamientos, si no son muy
parecidos a los tradicionales, no serán ciudad, y los problemas, los conceptos y los imaginarios
serán muy distintos. (El arquitecto Ricardo Aroca ha dicho que no es necesario que nos
preocupemos de la ciudad del futuro, sino del futuro de nuestras ciudades.)…

LA SUPERPOSICIÓN DE FUNCIONES (Oriol Bohigas)
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…Si una ciudad ha de ser […]un sistema de vida colectiva y un instrumento de información y
comunicación que utilice incluso las ventajas del azar, es necesario que el ciudadano tropiece
constantemente con acontecimientos diversos, y sobre todo, es preciso que ningún ciudadano
viva en un gueto, aunque sea un gueto funcional. Da angustia ver esos planes que van marcando
manchas arbitrarias generadoras de antiurbanidad: centro direccional, sector industrial, área
terciaria, núcleo universitario, implantación de viviendas económicas, etc. Y aún causa más
angustia ver ya realizados algunos de esos barrios que solo tienen vida durante las horas
limitadas de la jornada laboral o que se convierten en dormitorios suburbiales. Es entonces
cuando se comprende y justifica el exilio de algunos ciudadanos en busca de una vida no urbana,
porque, en su caso, la urbanidad está en proceso de degradación. Las ciudades no mueren por
exceso de conflictos: mueren o se debilitan por falta de conflictos productivos; porque,
evidentemente, la superposición de funciones crea conflictos: el tráfico, el ruido, la acumulación
de residuos materiales y humanos, un grado de contaminación incontrolado, etc. Sin embargo, el
urbanismo no tiene como objetivo anular esos conflictos, que son inherentes a la vida urbana,
sino encontrar la manera de suavizarlos -de hacerlos más soportables en lo concreto- sin que
pierda su eficacia social.
Los planes generales, tal como se siguen confeccionando, son los principales culpables de
ese proceso antiurbano, pero también contribuyen a él la legislación sectorial, los intereses de
los promotores e incluso la tendencia de los proyectos de los arquitectos, sobre todo de los que
consideramos buenos arquitectos. Por ejemplo, son poquísimos los que reclaman que, para una
buena salud social, se mezclen los distintos tipos de viviendas, no solo en un mismo barrio, sino
en un mismo edificio. Es una barbaridad construir barrios de casas económicas, y también lo es
construir edificios especializados. ¿Tan difícil sería mezclar en un solo bloque de viviendas
económicas y viviendas de precio libre?...
No se trata solamente de mezclar tipos de viviendas, sino también de funciones diversas
como pueden ser las oficinas y el comercio. Hoy en día todo el mundo piensa en bloques
exclusivos de oficinas, ya que presentan cierta facilidad de producción y de gestión, y cada día
proliferan los grandes centros comerciales desligados a la red urbana. Con esa subdivisión, con
esa falta de flexibilidad de usos, se crean no solo conflictos sociales sino también sacudidas
económicas: actualmente, en Barcelona sobran locales de oficinas y faltan viviendas, sin que sea
posible realizar transferencias inmediatas…
[…] El tema de los centros comerciales -las “grandes superficies”- ha llegado a ser muy
grave, y lo es tanto desde el punto de vista de la segregación funcional como desde el de la
necesaria compacidad urbana. La vida colectiva se expresa en la fluencia de los espacios
públicos, y por eso es tan importante el diseño de esos espacios, teniendo en cuenta el grado de
vitalidad propia que han de generar. Ese grado de vitalidad depende de muchos factores
relacionados con las distintas maneras de organizar la vida colectiva, y una de esas maneras es
la continuidad del comercio -y de otras actividades productivas- a lo largo de las calles y plazas.
Tradicionalmente, la calle y la plaza no solo han servido para ofrecer fachadas a la residencia,
sino para organizar la vida comercial de las plantas bajas en unos itinerarios plurifuncionales…
[…] Ni los almacenes, ni las galerías, ni los mercados estables afectaron la continuidad
comercial de la ciudad ni la capacidad de uso colectivo, porque se trataba de escenarios que no
inventaban una nueva geografía comercial, sino que reforzaban la existente, apoyados en los
mismos accesos de peatones con las mismas redes de transporte, no reducían la fuerza
aglutinante del comercio del entorno y se interpretaban como otro tipo de espacio colectivo,
relacionado con el espacio público.
Sin embargo […] los centros comerciales periurbanos con servicios complementarios de
restauración y ocio y, finalmente, las grandes superficies comerciales que se proponen sustituir
con su autonomía un porción de la ciudad real y anular la competencia que se podía desarrollar
en los barrios del entorno. Ese modelo proviene del primer “mall” construido en 1956 en Ediba,
Minneapolis, cerrado a los flujos urbanos y causante de la devastación comercial del entorno. Esa
desertización comercial puede no ser muy importante en una ciudad norteamericana con escasa
estructura urbana, pero en las ciudades europeas es un cáncer que puede acabar estableciendo
una radical zonificación de funciones cuando las grandes superficies comerciales se ubican en el
interior de los límites de la estructura urbana, en un barrio que pierde de ese modo buena parte
de su capacidad aglutinante y de su identidad. Sin embargo, todavía es peor cuando se ubican en
las periferias, ya que, para sobrevivir, han de crear toda clase de imitaciones de la vida urbana,
no solo de la restauración y el ocio, sino de todo lo que provoca acumulación, con lo cual se
consigue imitar cierta centralidad; en ese caso, además de provocar una absurda zonificación
funcional, participan en la diseminación de la ciudad, es decir, en la suburbanización como forma
de expansión desorganizada, con sucesiva esclerosis de los barrios centrales, mantenedores
hasta entonces de las identidades colectivas.

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CIUDADES PARA UN PEQUEÑO PLANETA
RICHARD ROGERS + PHILIP GUMUCHDJIAN
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CAPÍTULO 1: LA CULTURA DE LAS CIUDADES [FRAGMENTO 01]
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Además de procurar oportunidades de empleo y enriquecimiento, las ciudades construyen
el marco físico de las distintas comunidades urbanas. En las últimas décadas, en todo el mundo,
este marco público de las ciudades, el espacio entre edificio y edificio, se ha visto seriamente
dañado y erosionado. Este proceso ha acentuado la polarización de la sociedad y aumentado la
pobreza y la alienación, haciendo necesarios nuevos conceptos de planificación urbana que
integren las responsabilidades sociales. Las ciudades han crecido y han cambiado hasta
convertirse en estructuras tan complejas y tan poco manejables que se hace difícil recordar que
su existencia se justifica para satisfacer, ante todo, las necesidades humanas y sociales de las
comunidades; de hecho, suelen fallar en este punto. Si preguntamos a la gente qué son las
ciudades, es probable que nos hablaran más de conches y edificios que de calles y plazas. Y si les
preguntáramos acerca de la vida en la ciudad, nos hablarían probablemente de alienación,
aislamiento, delincuencia, atascos y contaminación, más que se sentido comunitario,
participación, animación, belleza o placer….
[…] La ciudad ha acabado por ser entendida como un templo para el consumismo. La
conveniencia política y comercial ha invertido el énfasis del desarrollo urbano para, en lugar de
encauzarlo hacia las necesidades sociales, asimilarlo a determinadas necesidades de individuos
o grupos concretos. La consecución de este restringido objetivo ha privado a la ciudad de su
vitalidad. La complejidad de la “comunidad” ha sido desmantelada y la vida pública se ha
diseccionado en componentes individuales. Paradójicamente, en esta era de la globalización
democrática, las ciudades están incrementando la polarización de la sociedad en colectivos
segregados.
El resultado de esta corriente es el declive en la vitalidad de los espacios urbanos. El
politólogo Michael Waltzer ha clasificado el espacio urbano en dos grupos diferenciados.
“cerrado” y “abierto”. En el primer caso, se trata de un espacio urbano que desarrolla una única
función de acuerdo con la voluntad de urbanistas promotores de la vieja escuela. El espacio
abierto se concibe como multifuncional, destinado a una variedad de usos de los que todos
pueden participar. El barrio residencial, la urbanización de viviendas, el distrito financiero, la
zona industrial, los aparcamientos, los túneles, las circunvalaciones, los centros comerciales y el
propio coche son exponentes de espacios cerrados. En tanto que la plaza, la calle concurrida, el
mercado, los parques y las terrazas suelen ser abiertos. Cuando nos hallamos en los primeros,
solemos ir con prisa, en tanto que en los segundos somos más proclives a encontrar la mirada del
otro y a participar de la vida comunitaria.
Ambas categorías tienen un papel que desempeñar en la ciudad. Los espacios cerrados
satisfacen nuestros caprichos de consumo privado y autonomía y son, en ese sentido, muy
eficaces. Por el contrario, los espacios abiertos aportan algo común: agrupan distintas partes de
la sociedad y alimentan un sentido de tolerancia, conciencia, identidad y respeto mutuo.
En cualquier caso, en el proceso de planificación de las ciudades según los requisitos de la
iniciativa privada, hemos visto eclipsarse la segunda dimensión. El aperturismo en el espacio
urbano ha cedido inexorablemente ante los intereses corporativos y, paralelamente a ese
proceso, vemos desaparecer la propia idea de ciudad integradora.
El egoísmo y la segregación están ganándole la partida al contacto y la comunidad. En las
nuevas modalidades de desarrollo urbano, las actividades que solían solaparse ahora se
diferencian con la idea de rentabilizar al máximo los intereses de promotores y comerciantes.
Los negocios se agrupan y se aíslan en parques de negocios, las tiendas en centros
comerciales atravesados por calles artificiales, las casas se disponen en suburbios residenciales
o urbanizaciones privadas. Inevitablemente, las calles y plazas de estos falsos espacios públicos
están faltas de la diversidad, vitalidad y humanidad de la vida cotidiana de la ciudad. Y, todavía
peor, las calles tradicionales están vaciándose de contenido social y comercial, convirtiéndose en
tierra de nadie recorrida por ocasionales peatones y muchos coches. Aunque la gente aprecie las
comodidades, sigue también valorando la verdadera vida ciudadana, tal como demuestran las
multitudes que atestan los centros urbanos durante los fines de semana.
La desaparición del espacio público abierto no supone una mera causa de queja, sino que
puede ocasionar una degradación social extrema. A medida que se extingue el vital ajetreo de los
espacios públicos, perdemos el hábito de participar en la vida de la calle. La natural vigilancia de
las calles debida a la asidua presencia de personas acaba siendo sustituida por una necesidad de
seguridad privada que convierte a la ciudad en menos hospitalaria y más alienante, al tiempo que
empieza a verse como un espacio claramente peligroso, presidido por el miedo.
En respuesta a esta situación, las actividades pasan a estar cada vez más sectorizadas. El
mercado callejero se hace menos atractivo que el seguro centro comercial, la zona universitaria
se convierte en un campus cerrado y, progresivamente, en toda la ciudad, el espacio público
abierto está en regresión. La gente acomodada se recluye o se traslada a vivir fuera de la ciudad,
en recintos privados cerrados donde los más desfavorecidos no se les permite la entrada,
ahuyentados por servicios de seguridad privados. Aquellos que no disponen de dinero son como
los que están sin papeles, una clase relegada. El concepto de ciudadanía como corresponsable
del entorno propio desaparece, y la vida en la ciudad acaban siendo una estructura limitada por
los enclaves suburbanos protegidos de los ricos y guetos internos o, como en el mundo en vías de
desarrollo, tristes poblados barraquistas. Creamos las ciudades para gozar de los espacios
comunes y éstos, paulatinamente, van configurándose para mantenernos apartados los unos de
los otros.

CAPÍTULO 1: LA CULTURA DE LAS CIUDADES [FRAGMENTO 02]
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[…] También aquí [Europa], hemos podido observar la retirada hacia los barrios periféricos
y la pobreza creciente en los centros urbanos, una mayor presencia de seguridad y transporte
privado y la proliferación de espacios “cerrados”. Cualquier intento para corregir la situación
debe pasar por la movilización de la participación de los ciudadanos en el sentido de pertenecer a
la ciudad. El compromiso individual para con la ciudad resulta capital de cara a garantizar un
crecimiento sostenible, pues sólo un cierto empeño social y cultural de la comunidad urbana
puede redundar en armonía cívica. Es la fuerza motriz que da color a todos los aspectos de la vida
ciudadana, incluso el diseño de sus edificios.
Creo apasionadamente en la importancia del sentimiento de ciudadanía como estímulo de
vivacidad y humanidad[…].
[…] Me encanta [de las ciudades] su combinación de edades, razas, culturas, actividades,
la mezcla de comunidad y anonimato, familiaridad y sorpresa, e incluso el sentido de peligrosa
excitación que suscitan. Disfruto con los grandes espacios tanto como de la animación que
aportan las terrazas y los cafés, la vivacidad de las plazas públicas, la variada mezcla de ámbitos
laborales, tiendas y viviendas que componen barrios vivos.
[…] Una ciudadanía activa y una vida urbana vibrante son componentes esenciales de una
buena ciudad y de su identidad cívica. Para recuperarlos allí donde se han perdido, cabe
involucrar a los ciudadanos en el desarrollo de su propio medio: deben sentir que el espacio
público les pertenece y es responsabilidad suya. Desde el callejón a la gran plaza, todos los
espacios urbanos pertenecen al ciudadano y son de dominio público, una institución pública que,
como tantas otras, puede promover o frustrar nuestra existencia urbana. El espacio público es el
escenario de la cultura urbana, donde la ciudadanía se ejerce y donde se pueda cohesionar una
sociedad urbana.

CAPÍTULO 2: CIUDADES SOSTENIBLES [FRAGMENTO 01]
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Mi propio enfoque de la sostenibilidad urbana reinterpreta y reinventa el modelo de “ciudad
densa”. Cabe recordar por qué, en este siglo, dicho modelo fue rechazado de manera tan tajante.
Las ciudades industriales del siglo XIX eran un auténtico infierno, debido a acuciantes problemas
de masificación, pobreza y salubridad. El alcantarillado inadecuado y pestilente propagó el cólera
y el tifus, mientras que las industrias tóxicas crecían junto a las viviendas en los barrios obreros.
Como resultado, la esperanza de vida en muchas ciudades de la Inglaterra victoriana estaba por
debajo de 25 años. Fueron precisamente estos riesgos e injusticias los que llevaron a urbanistas
como Ebdener Howard en 1898 y Patrick Abercrombie en 1944 a desplazar población hacia
entornos menos densos y más ajardinados: las ciudades jardín y las new towns.
Hoy día, por el contrario, las industrias contaminantes tienden a desaparecer de las
ciudades del primer mundo. En teoría, con la disponibilidad de fabricación ecológica, fuentes de
energía más limpias, sistemas de transporte público y avanzados sistemas de alcantarillado y
descomposición de residuos, el modelo de ciudad densa no parece tener un riesgo sanitario. Ello
significa que podemos reconsiderar las ventajas sociales de la proximidad y redescubrir las
ventajas de vivir en compañía.
Más allá de las oportunidades sociales del modelo de ciudad densa, ésta puede aportar
mayores ventajas ecológicas. Las ciudades densas pueden diseñarse mediante una planificación
integradora con el fin de aumentar el rendimiento energético, consumir menos recursos, producir
menos polución y evitar expandirse sobre el paisaje rural. Por esas razones, creo que deberíamos
profundizar en la idea de “ciudad compacta” -una ciudad densa y socialmente diversa donde las
actividades sociales y económicas se solapen y donde las comunidades puedan integrarse en su
vecindario-.
Este concepto difiere radicalmente del que es hoy en día el modelo dominante, el de
Estados Unidos: una ciudad zonificada por sus funciones con áreas de oficinas en el centro,
centros comerciales y de ocio en las afueras y barrios residenciales conectados por autopistas.
La imagen de poder que emana de este modelo, así como la determinación de las fuerzas que lo
promueven -criterios de mercado de los promotores comerciales- provocan que los países menos
avanzados adopten un camino caduco ya en los países desarrollados.
La aplicación de este enfoque está teniendo unos resultados desastrosos y su adopción
viene justificada por meras razones económicas. Así como el urbanismo compacto y entretejido
tiende a la complejidad, la zonificación tiende a evitarla, reduciendo la ciudad a divisiones
simples, fáciles de administrar desde el punto de vista legal y económico. Incluso a la escala de
de los edificios individuales, los promotores, tanto públicos como privados, están volviendo la
espalda al concepto de usos mixtos. Los edificios urbanos tradicionales, donde los estudios
estaban sobre las viviendas y éstas sobre las oficinas que, a su vez, lo hacían sobre tiendas o
negocios, daban vida a la calle y reducían la necesidad de utilizar vehículos privados para
satisfacer las necesidades diarias de los ciudadanos. Pero los edificios de usos mixtos generan
complejos contratos de arrendamiento que la administración local maneja dificultosamente y que
los promotores encuentran también difícil de financiar y vender. En su lugar, los promotores
prefieren edificios de una sola función, y cuando se embarcan en proyectos de gran envergadura
prefieren amplios espacios o espacios verdes baratos que ofrezcan la posibilidad de construir
urbanizaciones enteras o parques de negocios con mínimas complicaciones de arrendamiento.
Además, estos solares facilitan una normalización máxima del proyecto y la construcción y una
más pronta rentabilización, lo que redunda en contra de la explotación mixta. La búsqueda de
beneficios a corto plazo y resultados rápidos sigue apartando a la inversión de complejos usos
mixtos, coartando así sus inherentes beneficios sociales y medioambientales.
En cualquier caso, el factor que ha minado más que ningún otro la cohesión social de las
ciudades han sido los vehículos privados. Se estima que en el mundo existen cerca de 500
millones de vehículos. Éstos han erosionado la calidad de los espacios públicos y han fomentado
la expansión metropolitana. Del mismo modo que el ascensor hizo posible el rascacielos, el coche
ha permitido que los ciudadanos vivan alejados del centro de las ciudades y ha facilitado la
división de las actividades cotidianas por compartimentos, separando las oficinas de las tiendas y
éstas de las viviendas. Cuanto más se expanden las ciudades, menos rentable resulta la
expansión de sus sistemas de transporte público y, por tanto, más dependientes son los
ciudadanos del vehículo privado. Las urbes de todo el mundo se están transformando para
adaptarse a las necesidades del automóvil, a pesar de que es éste, más que la industria, el factor
capital de la contaminación del planeta; la misma contaminación de la que huyen los residentes
en los barrios periféricos.

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